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Nunca he tenido cuenta de Netflix

Nunca he tenido cuenta en Netflix. Siempre pensé que todo lo que existe dentro de este tipo de plataformas también debe estar afuera, aunque tengas que esperar un poco más o lidiar con virus ucranianos.

Cuando era niño, esto era imposible. No podías soñar con portentos como Breaking bad o Bojack Horseman: a lo que aspirabas es a ver la misma temporada del Príncipe del rap con zapping de comerciales en los que el Tío Gamboín anunciaba servicios sociales por niños distraídos que se pierden en el súper.

Las series nunca fueron lo mío, Los Soprano fue la última que seguí con verdadera dedicación, y de pronto me vi en medio de un fenómeno llamado Juego de tronos: los amantes se consideran infieles si alguno adelanta capítulo, la gente quiere llegar temprano como si fuera serie de las de antes, de la cita con la tv; los Godínez se fugan al baño o a los comedores de sus oficinas, con sus pantallas portátiles y muchos carbohidratos, y gritan y se emocionan porque quieren saber no sé qué mierdas sobre algunos reinos (no pude verla: mi amiga que sí tiene cuenta en HBO dice que es una mezcla de telenovela mexicana de guionista amante de los Borgia con Cincuenta sombras de Grey y le agregas tres dragones, así que esperaré mejores tiempos).

El caso es que no quise quedarme atrás y traté de recordar otras series que marcaron época: así fue como di con esta deliciosa porquería en la que mi generación cayó redonda: Renegado.

En los noventa los guionistas de series no usaban drogas de diseñador: los argumentos eran baratos y te dabas cuenta cuando Reno Raines huía dando saltitos de bailarín agobiado, manos y meñiques en alto para no hacerle daño a su hermoso cabello, por el desierto.

O cuando el policía corrupto vaciaba su cargador en la cara del protagonista y sólo le hacía un rasguño de cirujano esteta en la mejilla, el sexo era descafeinado y con la mujer siempre arriba, para evitar redondeces.

Hoy los fans de Juego de tronos se quejan de vasos de Starbucks y botellas de agua en el set: por eso es que pagan por ver estas obras en plataformas decentes; Canal 5 e Imevisión nos acostumbraron a series entrañables de tan horribles compradas en los saldos de Hollywood, tanto, que hoy los fans no se conforman con situaciones poco creíbles: quieren a su dragón, bien, pero vacunado contra la toxoplasmosis y con chip.

No los culpo. Confío en algún día vencer mi condición de viejo lesbiano y robarme una cuenta de Netflix, una vez que le quite tanto virus al ordenador, claro.

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JJ/I