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Construir un discurso de paz en un país violento

En cualquier momento el gobierno federal anunciará la creación del consejo para la construcción de la paz, como parte de su Estrategia Nacional de Seguridad Pública. Se trata de una instancia “de vinculación y articulación entre todas las instituciones y actores de México y del extranjero que trabajen por la paz”; que “contribuirá a articular las iniciativas gubernamentales en esta materia; difundirá la cultura de paz; promoverá estudios y propuestas conjuntamente con universidades sobre los vínculos entre la paz y la justicia, el desarrollo, los derechos humanos, la superación de la pobreza y la participación ciudadana”.

De entrada, es necesario, diría urgente, construir un articulado discurso de paz. México está sumido en un discurso de odio y violencia, abierto o encubierto. Es un discurso que brota en las conversaciones cotidianas, en redes sociales, en medios informativos, en autoridades de los tres niveles de gobierno, con sus pocas excepciones. Los especialistas señalan con toda claridad: los discursos construyen aquello de lo que hablan. El discurso del odio y la violencia normaliza, a través del lenguaje, lo que pareciera ser la única vía para solucionar conflictos, cuando no es así.

Los enunciados lingüísticos públicos, escritos y verbales, que se producen en nuestro país no sólo informan, describen, expresan ideas o son una representación de la realidad que percibe el comunicador; además, “hacen cosas” o, como dice J. L. Austin, también “hacen realidades”, “son acción”. O, dicho de otra forma, “decir (y escribir) es también, y siempre, hacer”. El lenguaje no es ingenuo ni neutral. Falta descubrir lo que se hace en pro de la paz, construir lo que se desea y, con esto, diseñar un discurso mexicano. Un discurso para la paz es un discurso político que, bien construido, tendría efectos positivos socialmente. La paz es un derecho.

Como se concibió el consejo para la construcción de la paz genera dudas. Uno, es parte de una estrategia de seguridad pública, y sin desconocer que fortalecería lo que se haga en este campo, posiblemente su lugar es en la Secretaría de Educación Pública, si se busca una perspectiva más amplia como es educar en esa línea a la población y a los millones de maestros y alumnos, jóvenes en su mayoría. Ahora que, esté donde esté, el riesgo de que se burocratice, sea marginal o de ornato, es real.

Dos, el consejo “difundirá en escuelas y medios de información mensajes y materiales que expresen que la paz es posible y que es moral, social, política y económicamente superior y preferible a la violencia”. Dejar a los medios en sólo transmisores es dejar de lado la posibilidad de sumarlos como partícipes de la construcción para la paz, en un contexto en que el periodista es víctima de la violencia y donde se necesita formarlos en el periodismo de paz. Tres, no son claros los alcances y las repercusiones de convertir al organismo en mediador de conflictos, que son decenas de miles en el país, y que seguramente lo rebasarían si se prevé que lo constituyan en principio sólo seis personas. Cuatro, está pendiente revisar cómo se norma y apoya al consejo. Ahí se conocerá si realmente se quiere ir a fondo en las tareas que se le han asignado.

Por lo pronto, en cuanto se constituya el consejo nacional habría que crear en Jalisco un consejo local con esa visión de constructor y difusor de un discurso para la paz, a través también de investigar, formar y apoyar en las políticas públicas educativas, culturales y de seguridad, lo cual es urgente en una entidad asolada por la violencia.

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JJ/I