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Mitos del pasado y del futuro

“Todo era peor antes. La gente enfermaba y moría por cualquier cosa. Le asustaban los rayos y le temía a los monstruos de los océanos. Sus viajes duraban meses y no tenían forma de comunicarse con rapidez. Creían en hechiceras y brujos y que la muerte eterna era un castigo. Sin embargo, todo tiempo pasado fue mejor”.

Esa parece ser la paradoja en la que ha vivido y vive el ser humano: por un lado una constante idea del progreso, entendido de acuerdo a la época y la región geográfica en que vive, y por el otro, la nostalgia de un mundo mítico, del que fuimos expulsados, Mecona, el Paraíso o la Edad de Oro.

Una vez leí un texto de George Steiner donde reflexionaba sobre la necesidad, casi convertida en necedad, de los humanos por reconstruir sus ciudades convertidas en ruinas después de una guerra. Steiner tomaba como ejemplo las ciudades del este de Europa, donde las familias y los gobiernos se empeñaron en reconstruirlas piedra sobre piedra, dejando en los balcones las macetas de geranios como lucían antes de la guerra.

Esa imagen me hizo pensar en la contradicción de las ciudades modernas, donde lejos de conservar el patrimonio, los capitales inmobiliarios buscan destruir los edificios antiguos para convertirlos en enormes rascacielos de cristal como un símbolo de progreso, como una marca del avance y la superioridad de lo moderno frente a lo antiguo.

A veces lo antiguo nos avergüenza. Necesitamos imprimirle velocidad a nuestras vidas para alejarnos lo más rápido posible del pasado. Sin embargo, cuando tenemos un reposo, nos dejamos invadir por la nostalgia de un tiempo y un espacio que tal vez no vivimos y añoramos, sin haberla conocido, la tranquilidad de los pequeños pueblos, el ver pasar el tiempo desde una calle desolada y un silencio imaginario lejos de nuestro alcance.

Entonces volvemos a nuestros mitos y aceptamos que vivimos mejor en el pasado pero nos encaminamos hacia un mejor tiempo futuro. El presente parece ser el catalizador de los tiempos añorados y esperados. Sin ellos, nos sería difícil existir, viviríamos una vida vacía, carente de identidad y esperanza.

“Pero la humanidad, por supuesto, no marcha hacia ninguna parte”, dice Gray y tal vez tenga razón.

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da/i