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Racionalidades

Con excepciones como Donald Trump, en general en el mundo se reconoce que vivimos una situación de crisis ambiental y que el cambio climático es una de sus principales manifestaciones. Por ello, en este contexto resulta incongruente que en el Plan Nacional de Desarrollo de la 4T se proponga, como acciones y proyectos centrales, instalar trenes de alta velocidad, construir y ampliar aeropuertos, incrementar la extracción de petróleo, construir más refinerías y plantas termoeléctricas, justo algunas de las actividades que más aportan a dichos procesos nocivos y que, al contrario, deberían reducirse. Pero, sobre todo, resulta más cuestionable que se proponga realizar ese tipo de megaproyectos justo en los territorios del sur y sureste mexicano, que son nuestra última reserva natural.

En todo caso, ¿por qué mejor no promover la construcción de un sistema de trenes rápidos que transporten a millones de turistas entre las principales ciudades de México y de México a los Estados Unidos y a Guatemala? Desde hace mucho tiempo que se ha planteado la necesidad e incluso se han elaborado proyectos y propuestas concretas de trenes de este tipo que transiten a alta velocidad de la Ciudad de México a Toluca, Querétaro, Guadalajara y Monterrey. O igual por qué no crear dentro de las zonas metropolitanas y sus cercanías sistemas de trenes que desahoguen el caos vehicular que se produce a diario en todas las vialidades y reduzcan los índices de contaminación del aire que respiramos todos.

De hacer algo así, seguro habría daños, pero sucederían donde de por sí ya está dañado. ¿Por qué pretender hacerlo donde abunda la vida, donde la biodiversidad es más rica? Es decir, donde el daño y la destrucción serían de mayores dimensiones y consecuencias. ¿Por qué hacerlo cuando se afirma que se es un gobierno ambientalmente responsable? Incongruencia similar se advierte cuando se presume que el objetivo es atraer a 10 millones más de turistas cada año al sureste de México. Con poquita imaginación podemos suponer el impacto ambiental que ello tendrá, así como el proceso violento que sucederá al someter a las pequeñas poblaciones donde se planea instalar las estaciones del tren maya a intensos procesos de urbanización y crecimiento demográfico. Así como están hoy mismo estas poblaciones, el PND de la 4T registra que ya sufren de problemas y carencias. Todo será peor entonces.

En realidad, estos propósitos no son nuevos. Gobiernos anteriores han tenido la misma pretensión. Las riquezas naturales del sureste de México siguen siendo objeto de deseo de grandes capitales. Estos pueden ser incluso nacionales y eso no hace ninguna diferencia. Capitales nacionales como las empresas propiedad del Estado como Pemex y CFE son igualmente destructivos. Muchos esperaban que este tipo de proyectos desarrollistas no formarían parte del plan de gobierno que no sólo se dice, sino que afirma haber terminado con el neoliberalismo y que se autodefine como ambientalmente responsable.

De cara a estas continuidades, la resistencia y la protesta social se mantienen en medio de la guerra contra ella. Por lo tanto, lo que estamos viendo es la continuación de la confrontación de dos racionalidades, dos filosofías, dos maneras de entender la vida y el mundo radicalmente diferentes. Esta confrontación queda clara cuando por un lado, un gobierno como el de la 4T plantea estos megaproyectos sin considerar su potencial destructivo y, por otro, frente a dichos proyectos se incrementan las protestas, las resistencias sociales y los procesos organizativos que patentizan la existencia, de otra potencialidad, de esa otra racionalidad, de otra subjetividad social emergente que coloca la defensa de la vida en el centro del antagonismo social.

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da/i