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Turismo académico

El supuesto despilfarro de recursos públicos hasta en el más ínfimo rincón del gobierno y los organismos autónomos, ha sido la principal bandera para que el gobierno federal pase el rastrillo por todos lados. La navaja llegó a los viajes de científicos del Conacyt y del Cinvestav, que ahora tendrán que solicitar autorización presidencial para salir al extranjero y así prevenir que no hagan “turismo académico”.

Se les reprocha a los científicos la productividad de sus viajes, que por lo general son para hacer estancias de investigación, para impartir ponencias y, quizás en su mayoría, para asistir a congresos en los que tienen breves participaciones y el resto del tiempo lo dedican a escuchar proyectos ajenos.

A veces de esos viajes surgen colaboraciones que bien valieron cada peso público invertido. A veces, no. Predecirlo es muy difícil. Seguramente muchas veces, los investigadores aprovechan para turistear.

En su conferencia, el mensaje presidencial fue contundente: sólo vayan a hacer “lo necesario para el beneficio de la ciencia”. El problema es cuando nos ponemos a definir qué es lo benéfico para la ciencia y cómo se evalúa. Si bien es cierto que es imperante que exista transparencia absoluta en la asignación de estos recursos, el mensaje implícito es que los académicos tienen que agregar más trabajo para justificarse a sí mismos. Como si no estuvieran ya sobresaturados de burocracia administrativa para recibir compensaciones o competir por fondos.

Con los violentos cambios provocados por la transformación tecnológica, múltiples ámbitos profesionales han sido trastocados y sus trabajadores han aprendido a vivir en la incertidumbre y la precariedad laboral. La investigación científica no es la excepción. La diferencia es que los científicos son obligados a someterse a duras revisiones de productividad y a competir por publicaciones en lo que podría llamarse, con muchos paréntesis, un ecosistema internacional de la ciencia.

Si la idea es que los científicos no gasten recursos en actividades no vinculantes, que no sean sólo los económicos. También es justo disminuir las responsabilidades administrativas de los investigadores para que puedan invertir un recurso igual o quizás más valioso para el desarrollo de la investigación científica: su tiempo.

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JJ/I