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¿Sirve para algo dejar de comer aguacate?

El domingo pasado fue un día de luto, dramático para Jalisco por la avalancha que azotó a San Gabriel. Hasta ahora el saldo es de cinco personas muertas y una más desaparecida. Miles de casas dañadas y personas afectadas por la pérdida de sus familiares, bienes y de su tranquilidad, de sus recursos naturales.

Inmediatamente después la vista se volcó sobre el auge aguacatero porque es un cultivo de altísimo impacto ambiental que se ha disparado en el país, y en Jalisco, en los últimos 10 años, en el caso de nuestro estado ha sido en la región Sur donde más se ha extendido el cultivo, 95 por ciento sin permiso para cambiar el uso de suelo.

Durante los últimos años se han venido documentando en medios locales, nacionales e incluso internacionales los datos oscuros del denominado oro verde más allá de las cifras oficiales, pero tuvo que ser una avalancha de lodo con escenas que parecieran sacadas de película –cientos de troncos apilados entre las calles de una comunidad- para que muchos se dieran cuenta que los impactos ambientales de prácticas agrícolas voraces, ilegales como en gran parte es el aguacate, son capaces de matar a cinco personas en un día y poner en riesgo a miles.

Este suceso hizo a algunas personas reflexionar sobre qué cosas están en sus manos para resolver el problema, y entre los planteamientos surgió dejar de comer el fruto. Pero con el antecedente de que 44 por ciento de la producción nacional se vende en el extranjero, ¿dejar de consumirlo podría significar una diferencia, una presión o una solución de peso? Cada quién podrá tener su respuesta, pero nos lleva a un laberinto de posibilidades.

Para empezar, el caso abre una cloaca que como consumidores hemos tolerado por décadas: en México no sabemos de dónde vienen los productos frescos que comemos, ¿quién produjo la papaya, con cuáles químicos se roció la fresa, de dónde viene ese cilantro? Son algunas preguntas que nunca tienen una respuesta porque no hay etiquetado ni autoridad que para el consumo local lo demande.

Dice Sergio Graf, el secretario de Medio Ambiente, que no debe satanizarse el aguacate porque hay productores que han hecho las cosas bien, y tiene razón, ¿pero cómo sabemos quién sí y quién no con este nulo sistema de control? Imposible.

Por naturaleza la agricultura a gran escala implica fuertes impactos ambientales sobre suelo, agua, animales y plantas, pero con un ordenamiento legal que se haga cumplir podría limitarse este alcance y mejorar prácticas, mismo que en este país existe pero sólo en el papel.

Los huertos urbanos o comunitarios, por ejemplo, son otra gran opción para minimizar las externalidades de nuestra comida. Producir los alimentos propios es una práctica bastante educativa, sana y viable, sobre todo cuando se hace a nivel de colonia o barrio por la cohesión social que implica, pero definitivamente no lo podrán hacer todos.

Dejar de comer aguacate podrá ser un asunto de ética personal o una forma de protesta contra las malas prácticas que han abonado a causar desastres como el de San Gabriel más otros tantos silenciosos en el país -adelante quien decida eso-, pero es insuficiente considerando que hay empresarios influyentes y crimen organizado detrás de algunos cultivos aguacateros que no han conocido consecuencias por sus prácticas ilegales.

Mientras no haya acción penal sobre quienes desmontan bosques, abusan de pesticidas prohibidos y arrasan con el agua para sus negocios agrícolas, no habrá mayor cambio.

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da/i