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Por los que nunca pudimos hacer yoga

Nunca pude hacer yoga. Compré mi propia estera y llevé una toalla, obedecí los ejercicios de culo arriba-culo abajo, me tragué el incienso y la música en microtonos y apreté bien para no soltar un pedo en medio de la liturgia; casi me quedo dormido en la primera práctica, y en la segunda al esfuerzo por no repetirlo se sumaron las maniobras para disimular una tremenda alergia a los leggins; sin embargo, en esta última experiencia la tensión de algún modo cedió a un estado de euforia que me permitió asomarme por no más de cinco segundos a ese abismo de alegría infinita en tiempo presente de la que hablan los monjes budistas, esos adorables hijos de puta que pasan la vida sonriendo.

Pero no todos podemos ser monjes. El concepto del desapego y el fin del sufrimiento no combinan con tu plan de seis gigas ni con mi renta fija en cigarros y Jack con hielos: el nirvana debe democratizarse para llevar los beneficios de la meditación a quienes más lo necesitan. Porque no logro imaginar al chofer de la 380 o a la recepcionista en el IMSS jugándole al Buda, con mallitas, respetando a todos los seres vivos y con esa risa traviesa que se adquiere a fuerza de aceptar el entorno.

Así que crearemos una alternativa a la meditación partiendo de su forma más básica: la no-atención. Ocurre cuando el cerebro se desconecta en automático al detectar situaciones sin sentido fijo, monótonas, abiertamente aburridas, como cuando el vecino nos pilla en el tendedero y nos suelta sin fórmula de introducción sus teorías sobre la educación de los hijos, o cuando la fortuna permite meter las manos en un recipiente de arroz crudo: el ser pensante se va volando entonces a un cuarto oscuro donde no hay más que silencio oportuno, el mejor de los silencios.

La propuesta es copiar la fórmula de estos establecimientos donde por una pequeña cuota se pueden romper todos los objetos existentes, pero exactamente a la inversa: el interesado entra a una especie de cuarto de juegos donde todas las cosas necesitan ser reparadas: ahí clavas clavos, serruchas madera, limpias indefinidamente los cristales de las ventanas con esponja y caucho o trapo y papel periódico: todas actividades manuales que permiten largarse a la suave inconsciencia que provoca la monotonía.

Las actividades incluirían papel burbuja, manualidades de preescolar que no le importan a nadie, la observación minuciosa de crema en polvo disolviéndose en café… alternativas básicas de micromeditaciones que permitirán mejorar la calidad de vida del respetable, y evitando la vergüenza de los leggins y cenar sin hidratos de carbono.

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JJ/I