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El neopopulismo frente al clima enloquecido

Comencemos por lo obvio: el hombre causa trastornos severos en la biosfera, sobre todo desde hace tres siglos, pero incluso en pasados más remotos su manera de manejar el territorio ha hecho diferencia. En descargo de la vieja humanidad, ésta no tenía más que ideas entre aproximadas y erróneas de cómo funciona el mundo, de cómo se transmiten las enfermedades, de cómo se fijó el carbono y cómo es el efecto invernadero, de cómo habían evolucionado las especies vivas, de cómo son los ciclos del agua y del carbono, de cómo se forman los ecosistemas a partir de los suelos, entre muchas maravillas que ahora comprendemos gracias a la revolución científica, ésa que hoy los neopolíticos desprecian o degradan al equipararla con los “conocimientos alternativos”.

Si es verdad lo que dijo Cicerón, que “la historia es maestra de la vida”, deberíamos hurgar en el pasado. Por ejemplo, el maravilloso Colapso, de Jared Diamond, es libro de cabecera para quien desee comprender que la base ambiental es el sustento de los proyectos de civilización y que si se atenta contra ésta se desploman estados o culturas completas: los mayas, los misteriosos moradores de Rapa Nui (la Isla de Pascua) y Hawái son casos documentados hasta donde las posibilidades de los estudios paleoclimáticos e históricos han llegado.

Otro fenómeno que ahora revisan los expertos es por qué se dio la “pequeña edad del hielo” entre los siglos 17 y 19. Parece que el enfriamiento de la Tierra tuvo que ver con la recuperación de la antigua frontera forestal en las Américas, azotadas por la muerte y destrucción de las conquistas europeas desde un siglo atrás, pero sobre todo, por el atroz y agregado efecto de enfermedades desconocidas traídas por conquistadores (aclararlo vale: los neopopulismos son victimistas y pretenden encontrar conspiración y maldad hasta en los efectos de la ignorancia). Lo cierto es que el nuevo mundo perdió más de 80 por ciento de sus moradores y se quedaron incultas millones de hectáreas que nuevamente fueron tragadas por selvas y bosques. La ampliación de los sumideros de carbono menguó el efecto invernadero y en consecuencia, se enfrió el planeta.

Ambas lecciones, las del colapso civilizatorio y la del modo en que la Tierra se enfría y calienta deberían ser la base de reflexión para saber qué hacer ahora.

Pero el nepopulismo, tenga discurso de derecha o de izquierda (Trump y Bolsonaro frente a Maduro y López Obrador), está montado en un nacionalismo obsoleto de cara al desafío multilateral de mejorar una atmósfera que todos los humanos y tal vez 10 millones de formas de vida más, compartimos. Regresar al viejo Estado-nación, al cierre de fronteras, a la denuncia de la globalización como fuente de todos los males (una ideología común a todos estos liderazgos) no es opción. Ese diseño institucional sólo retrasará el cumplimiento de compromisos serios y necesarios como reducir emisiones de gases de efecto invernadero, impulsar fuentes de energía limpia, recuperar fronteras boscosas, restablecer procesos de agricultura de bajo costo energético y sin impacto contaminante. Todo esto sólo es posible bajo un acuerdo multinacional.

Para hablar de lo más dramático: el hambre. El representante de FAO en México, Crispim Moreira, alertó en las páginas de NTR (20 de junio de 2019) sobre la reactivación de este viejo azote bíblico, de cinco años a la fecha. Las causas: violencia social, reducción del crecimiento económico… y cambio climático. Nada de esto podrá afrontarse sin acuerdos internacionales. De lo contrario, el mundo distópico a la Mad Max, con mafias neomedievales que sustituyen estados, pobreza creciente y desiertos inmensos es nuestro futuro.

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JJ/I