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Motín de ‘azules’

La inconformidad que se fue acumulando durante meses reventó en el insólito amotinamiento en la Policía Federal. Ya no aguantaron y exhibieron las condiciones degradantes a las que los han sometido en una transición a la Guardia Nacional que el gobierno dice que es voluntaria, pero que en la práctica es voluntaria a fuerza bajo la amenaza tácita de que tienen la opción de darse de baja.

Los agentes denunciaron que la información sobre el proceso de transferencia de policías a Guardia Nacional ha sido deficiente. Ni siquiera les han dicho lo elemental: cuáles serán su salario y prestaciones.

Muchos de los que protestaron se quejan de la humillación. Los señalan como elementos echados a perder, además de que los han llamado fifís por pedir gastos para alojamiento y comida al ser enviados a otros estados a cumplir otras funciones, como las de apoyar en el conflicto migratorio, o los discriminan por tener tatuajes o sobrepeso.

Sin embargo, dicen, paradójicamente son a los que más están llamando para integrar la Guardia Nacional y el domingo los vistieron y equiparon para la ceremonia en el Campo Marte, aún sin ser sometidos a ninguna prueba, lo cual, consideran, además de ser usurpación fue un montaje.

Y las quejas continuaron: exponen que han tenido que hacer coperacha entre los mismos agentes para apoyar a otros que fueron desplazados sin ningún tipo de apoyo, pero sobre todo sienten el temor de perder sus derechos laborales porque se ve a la Guardia Nacional como borrón y cuenta nueva.

Los federales dejaron en claro que quieren respeto al mando civil en la Guardia Nacional y rechazan formar parte de la Sedena y que sea ésta la que aplique las pruebas, porque los estándares entre las corporaciones son diferentes.

El presidente Andrés Manuel López Obrador recurrió a su ya clásica descalificación de la protesta argumentando que hay mano negra y afirmando que su causa no es justa.

Sin embargo, fotografías que han circulado en redes sociales muestran a los agentes durmiendo en el piso, en camionetas, bajo tráileres, en gradas o donde pueden, porque están llegando desde todos los estados, pero no les aplican las pruebas los días indicados y les cerraron un hotel especialmente construido para que se alojaran cada vez que requirieran ir a la capital.

Alejandro Hope, analista en seguridad, advierte que éstas son apenas las manifestaciones visibles de un gran enojo al interior de la corporación. Considera que en el conflicto hay un problema de formas porque nadie en posición de mando, ni de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana ni de la Policía Federal, se tomó la molestia de explicar claramente a los agentes cómo sería el proceso. No se sabe nada de las implicaciones en términos de adscripción, antigüedad, remuneraciones, prestaciones y rangos, así que la corporación se transformó en una olla de presión de rumores que terminó por explotar.

El problema de fondo que ve Hope es el diseño de la Guardia, en el que los policías federales son tratados como elementos de segunda, porque para ser un mando les exigen una antigüedad en activo de hasta 20 o 30 años, pero su institución apenas fue fundada en 1999, así que pasarían a ser algo así como elementos rasos, hasta abajo del escalafón.

Tiene sentido la advertencia de Hope de que esto es una probada de serias dificultades en la estrategia de seguridad y en una de esas se irá el sexenio entre amparos y litigios laborales.

Tanto el presidente como su secretario de Seguridad ofrecen diálogo, pero ninguno dio la cara en las horas críticas del conflicto y en primera instancia se optó por más descalificación.

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JJ/I