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Elecciones (II)

No considero posible establecer hasta ahora un balance contundente sobre el actual gobierno. Me emociona una reforma laboral que ahora genera la posibilidad de que los trabajadores realmente puedan luchar por sus derechos frente al corporativismo, la corrupción sindical y su complicidad con empresas y autoridades; considero correcto el que ante la cuarta revolución industrial se impulse el que los jóvenes sigan estudiando y se les pague por ello, que se tenga un ingreso aunque no tenga trabajo en los grupos más vulnerados socialmente; considero que es una recuperación de la institucionalidad el que se incrementen de a de veras los salarios mínimos, el que se aumente la siembra de árboles y el que se frene el fracking; considero muy positivo el que le apostemos a una industria energética propia, el que se frenen las exoneraciones fiscales a los grandes corporativos y el que las decisiones y posturas gubernamentales no se presenten esenciales en desayunos, comidas y cenas con los empresarios más acaudalados.

Sin embargo, duele enormemente la represión a los migrantes centroamericanos o de cualquier otra nacionalidad, el desdén a la crítica fundada, el matenimiento o refozamiento de alianzas con grandes capitales que se han exacerbado “en cómodos abonos semanales” a costa de las carencias sociales, la sumisión ante Trump, el sostenimiento de políticas financieras altamente beneficiosas para los capitales bancario y especulativo, los superdelegados altamente cuestionados, el riesgo de violación de derechos humanos con la guardia nacional, el desdén a consideraciones científicas, tecnológicas y culturales en la toma de decisiones públicas, la centralización del poder gubernamental.

Queda claro que el gobierno no está haciendo todo lo que quiere ni lo que debe, sino lo que cree que puede. Pero para hacer una transformación de la envergadura que lo ha planteado, lo que cree que puede debe alimentarse de una renovación constante, de una legitimidad reconstruida día con día y de la audacia para enfrentar los grandes poderes económicos que han hecho de México uno de los países más desiguales del planeta.

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JJ/I