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Jalisco: necrofobia delictiva y oficial

A las mentes enfermas los muertos les estorban. Para los criminales, la muerte es sólo una etapa a la que con infernal sadismo conducen a los vivos. Operan como reproductores de alcantarilla de un sistema que condena a la mayoría a estadios de vejación y sufrimiento. Son matemáticos de la tortura que suman dolor tras dolor para ampliarlos a la enésima potencia. Los sicarios justifican los salvajismos que imponen a sus enemigos. Una vez consumado su acto deshumanizador, en su loca ceguera continúan las agresiones a los cuerpos inermes: con almas insufladas de fríos carniceros, los destazan para meterlos en bolsas, los deshacen en sustancias ácidas, los entierran en fosas clandestinas, tiran los restos en cualquier basurero, calle, cajuelas o lugar. Sepultan para borrar huellas, invocar olvidos, humillar como un acto de poder. Las noticias de seguridad pública de Jalisco y el país son la necrogeografía del desprecio al otro o a la otra.

Los victimarios se deshacen de los pedacitos de ser desfallecidos. En el festín de sangre, ocultan sus miedos en las tripas y en su corazón congelado. Esconden internamente la cobardía del macho. Encubren el horror de sus crímenes, la paranoia de que sus muertos aparezcan para reclamarles y desquiciarlos más. De ahí que odien los despojos y aplasten los cuerpos hasta convertirlos en masas sin identidad. La necrofobia no es sólo temor a los muertos. Es repudiar a los vivos. Es odiar al ser humano. Es inconscientemente repudiarse a sí mismo, como artífice de la maldad encarnada.

La necrofobia tiene un ángulo político. Los asesinados o los que se presume murieron a manos de criminales estorban a las cifras oficiales que buscan negar realidades e intentan construir otras percepciones sociales. Las amargas cifras se justifican para las presunciones de una falsa paz de dizque buenos gobiernos. Las estadísticas de los muertos violentamente se manipulan. Se les recategoriza para que no se advierta su dimensión. Pero el concepto no es el territorio.

Los cadáveres se restan o minimizan en cuentas gubernamentales. La necrofobia tiene efectos políticos o, mejor, los muertos generan vivos temores cuando se contabilizan. Si se quitan de aquí y se colocan acá, son menos en la lógica aritmética de la política, pero no en la perspectiva humanista. Se ha denunciado la alteración de cifras en Jalisco, en las fiscalías, en las procuradurías del país y en el Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública: la necrofobia penetra las bases de datos oficiales. Desaparecen víctimas para disfrazar ineficiencias, complicidades y corruptelas. Homicidas y autoridades coinciden: temen a los muertos violentamente y sus consecuencias legales y políticas.

Como a decenas de miles de desaparecidos en el país se les da por muertos, y en lugar de investigar con la presunción de encontrarlos vivos, se les desaparece de las estadísticas. Y no se les busca o se hace con desdén. No importan. Su muerte cabe en uno de los niveles construibles de la necrofobia. Tapar asesinados es querer invisibilizar violencias.

En ese remolino, si los homicidios son culposos o dolosos es motivo de debate, indagación y análisis, lo cual es necesario para efectos legales, aunque los conceptos ocultan que son muertes violentas. La necrofobia permea el inconsciente colectivo de las instituciones. Duele afirmar lo obvio: cada número es una víctima, un cúmulo de sufrimientos, historias de pánico. Cada cifra oculta minutos, horas o días de terror que precedieron a cada muerte, provocada o no. En México se maquillan las cifras de los muertos con violencia, como se maquillan los cadáveres para exhibirlos presentables en los velorios.

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JJ/I