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La semilla, la noche y la flecha

Angélica Ortíz está frente al micrófono, con flores en el cabello y otras dos flores de chaquira en sus oídos. Comienza a recitar una canción que no entendemos muchos en el auditorio, pero que suena a música hecha con úes, íes y muchas jotas. “No vaya a ser que tu voz despierte al sol…”. La poeta wixárika rinde tributo así a la lengua de más de 36 mil hablantes de la Sierra Madre Occidental, de Nayarit, Jalisco, Durango y Zacatecas.

Y como en los poemas de Ortíz, en el Instituto Cultural Cabañas van deslizándose las exis y las kas en Grandes maestros del arte wixárika. Acervo Juan Negrín, una de esas exposiciones a las que uno llega por recomendaciones y que aquí mismo yo avalo como indispensable visita. La muestra, bajo la visionaria dirección de Susana Chávez y la curaduría de Diana Negrín, permite descubrir de otra forma a la cultura de las flechas y los venados, lejos del estereotipo y de la complacencia.

Son 62 estambres que dibujan los versos de las montañas y del color. Dieciséis textiles sobre la particular cosmogonía wixárika, más una selección de esculturas, piezas de audio y fotografías. Es un paseo sustentado por la visión curatorial de una colección que no se había expuesto en México, un paseo que observa y que, en lugar de generalizar, como normalmente se hace, en tono cursi o paternalista, rinde tributo a sus artistas desde una perspectiva curiosa y respetuosa: José Benítez Sánchez, Juan Ríos Martínez, Pablo Paisán de la Cruz, Tiburcio Carrillo Sandoval, Dionisio de la Rosa, Lucía Lemus de La Cruz y Guadalupe González Río.

“Deja que coloquemos el mismo xukuri,/ que ahí quiero tener mi semilla,/ ahí mismo quiero también poner mi flecha”, canta Angélica Ortíz.

@doloresgarnica

JJ/I