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Trieste

Trieste es un puerto italiano que no es italiano. Su identidad es él mismo y no tiene relación con ninguna nación o estado. Es un puerto de todo el mundo. O de ninguna parte.

Nostalgia e insatisfacción son las dos palabras que cubren su geografía, sus calles, sus plazas, sus discretas, casi desapercibidas iglesias y a sus habitantes, seguidos por silenciosos fantasmas añorantes.

Jan Morris escribió un soberbio libro sobre este punto de cruce entre culturas, civilizaciones, esperanzas y odios. Para ella, Trieste es una descripción de sí misma. El lugar que está ahí, inexplicablemente presente en su vida. El lugar en donde llegó a los 19 años, vestido de uniforme, viviendo en el cuerpo de un hombre llamado James Morris. Muchos años después, regresó ahí, como la mujer que realmente es, para escribir de ese lugar en donde, más que en ninguna parte, recuerda los tiempos perdidos.

Trieste es “el sentido de ninguna parte”, como el subtítulo de su libro La ciudad de exiliados: “Trieste es una ciudad alucinatoria donde la fantasía deja a un lado la realidad, y mucho sobre lo que he escrito ha salido de mi propia cabeza. Podría haber ido mucha más lejos. ¿No habéis oído hablar de la sinfónica de Trieste de Haydin ni leído aquel famoso pasaje de Conrand sobre los estibadores de Trieste? ¿No escribió Mann parte de Los Buddenbrook, la novela definitiva sobre la burguesía, durante su estancia en el Hotel de Ville? ¿No se llamó originalmente El caballero de Trieste el relato más famoso de Bunin? No escapó Eichmann a través de Trieste en su huida a Argentina?”

La historia de México también pasó por Trieste. Y se quedó ahí representada por el castillo de Miramar: “...una expedición francesa invadió México, expulsó a Juárez fuera de Ciudad de México, instaló un gobierno títere y esperó la llegada del nuevo emperador de México desde Europa. ¿Y quién mejor que Maximiliano de Habsburgo con Carlota de Bélgica...Su castillo de enamorados en Trieste todavía no estaba concluido, los árboles que había plantado con sus propias manos aún eran retoños...”

El castillo de Miramar, vivió y vive su propia historia.

En Trieste, historia, nostalgia e insatisfacción caminan de la mano.

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JJ/I