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Adaptar la adversidad

La normalidad, cualquier cosa que esto sea, la establecemos desde nuestra vida cotidiana. A nuestro día a día, nuestro ir y venir, nuestro tiempo como ofrenda al trabajo para llevar con cierta solvencia, moral y económica, los avatares de lo que acostumbramos a llamar vida, lo encuadramos entre leyes, normas y costumbres. Le llamamos realidad, salirnos de ahí nos aterra.

Apenas nos damos cuenta de nuestra situación de sobrevivientes. Creemos que la excepción está fuera de nuestras vidas. Haríamos cualquier cosa por convertir cualquier situación que en un tiempo consideramos adversa, en una parte, significante o insignificante de nuestra cotidianidad.

La cotidianidad nos da la vida. Asimilamos las catástrofes. Adaptamos nuestros cuerpos, nuestros pensamientos y todo lo que somos, a realidades adversas para sentir que resultamos ilesos.

Victor Frankl escribe que cuando estaba en el campo de Auschwitz en trabajos forzados, de repente, frente a los colores de un amanecer, él y sus compañeros detenían sus actividades, siempre y cuando se encontraran lejos de las miradas vigilantes de sus guardianes, para contemplar el maravilloso espectáculo de la naturaleza. Entonces comprobaban que estaban vivos, que eran seres humanos sin importar que unas horas después, algunos de ellos serían condenados a muerte.

Tal vez por eso, después surgió entre los sobrevivientes el sentimiento, trauma o impedimento para vivir conocido como “la vergüenza del sobreviviente”. Por qué y cómo sobreviví cuando otros, muchos otros, el amigo que me cuidó, el compañero de trabajo, el que dormía a mi lado, mi esposa o mis hijos, fueron asesinados y yo estoy aquí, gozando la libertad fuera del campo.

Muchos de los sobrevivientes, tal vez fue el caso de Primo Levi, no soportaron esa vergüenza, el dolor de estar vivos, y se suicidaron. Otros, buscaron aferrarse a la luz de los amaneceres esforzándose en creer que el futuro no sería tan horrendo.

Los campos de exterminio ya no son la excepción producto de un periodo de guerra. Convertimos al mundo en un gran campo, nos adaptamos a él, lo hicimos parte de nuestra cotidianidad, seguimos sus reglas, obedecemos a los kapos, y nos aferramos al color y al silencio de los amaneceres.

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JJ/I