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Woodstock

Como lo cantó John Lennon: “The dream is over” (El sueño terminó). La celebración del 50º aniversario del mítico festival de Woodstock, naufragó. Primero, uno de los socios (la empresa japonesa de publicidad, Dentsu) del empresario que buscaba concretar la fiesta, Michael Lang (uno de los organizadores del histórico encuentro musical de 1969), decidió no participar, lo que generó un conflicto legal. El poblado de Watkins Glen, la sede inicial, condicionó el permiso con una fianza de 150 mil dólares, construcción de carreteras y un puente provisional y sistemas de almacenamiento de agua, que no se pudieron cumplir. Además, se solicitó otra garantía de un millón de dólares, por si acaso.

Lo que originalmente se planeó para 150 mil personas, se redujo a 61 mil por parte de una de las empresas proveedoras de logística debido a las condiciones de la sede. Se buscó un nuevo lugar, pero se rechazaron los permisos por medidas de seguridad e infraestructura insuficientes. El festival se planeó con poca anticipación, menos de un año, tuvo aspectos opacos y las agencias que representan artistas también exigieron garantías económicas que no se pudieron subsanar, lo que aplazó la venta de boletos, hecho que hizo desistir a nuevos inversionistas. Woodstock terminó como empezó: mal.

Para los especialistas, este festival trunco, recordó al fraudulento Fyre Fest, que se organizó sin presupuesto, falló en todas sus promesas y terminó en una anécdota lamentable. En Netflix está el documental Fyre: The greatest party that never happened, que ilustra las complicaciones de un proyecto de esta naturaleza.

En España crece una ola que dará mucho de qué hablar. Debido al cambio de gobiernos locales, varios festivales han cancelado la actuación de varios artistas ¿Por qué? Las nuevas autoridades acusan que la compra de fechas se realizó a sobreprecio, algunas sólo de palabra y en otras no hay explicación. Artistas sospechan de censura debido a su perfil crítico, sobre todo contra partidos y políticos de derecha. España vive lo más álgido del verano, donde hay decenas de festivales cada semana y algo no huele bien, ya sea por la opacidad de las transacciones o por los motivos ideológicos que pudieran estar detrás de las cancelaciones, que mostrarían la más espesa realidad sobre el crecimiento del fascismo en este país y Europa.

Eso me hizo recordar los días del Roxy tapatío en los 90. Los asistentes eran acosados por la policía, los permisos para shows se complicaban, se prohibió la publicidad en flyers y carteles pegados en mobiliario urbano. Guadalajara siempre ha vivido al borde de los extremos contra la música, parece que ese fantasma se ha disuelto, esperemos que para siempre. Lo que se vive ahora es el monopolio corporativo que impide crecer a las escenas locales, pero ese es otro tema, nuestro Wooodstock particular.

@tuamigoFranco

da/i