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Traicionar al amigo

La amistad y su representación carnal, el amigo, la amiga, son figuras simbólicas muy extrañas. A veces su valor se erige por encima del amor. Otras, su comparación suena absurda: el amor es sublime, ajeno al interés, al deseo, externo a la misma voluntad del ser humano que lo expresa. La amistad es un acuerdo, un pacto, una voluntad manifiesta, un deseo expresado en los actos cotidianos.

En buena medida, la historia de la literatura es la historia de estas dos fuerzas encontradas, opuestas. Paul Auster y J.M. Coetzee dedican una buena parte de la correspondencia mantenida entre ellos a intentar establecer la diferencia entre amistad y amor. Steiner, el infaltable Steiner, también se detiene a pensar en algunas parejas representativas de la amistad en la historia.

Pero nadie, ni por amor, ni por amistad, estaría dispuesto a hacer “cualquier cosa”, por el amigo o por la persona amada.

En la literatura, tan llena de odios, de grandes amigos convertidos después en fieros e irreconciliables enemigos, la mayoría de las veces por la disputa de un amor o de una fortuna, la figura de Max Brod es sin duda ese ejemplo, propio del libro de Milán Kundera en donde trata este caso, de la amistad traicionada.

“Sin Brod, hoy no conoceríamos ni siquiera el nombre de Kafka”, dice Kundera en “Los testamentos traicionados”. Brod, el amigo íntimo, el compañero de colegio y receptor de las confesiones íntimas de Kafka, traicionó a su amigo. Sin esta traición, tal vez la novela, tal vez otras formas de interpretar al mundo habrían tardado más tiempo en aparecer, en cambiar de forma, en hacer más al humano al ser humano.

Max Brod, después de traicionar a su amigo, escribió una novela como una forma de llevar la figura de la amistad a otros límites: los de la santidad. La novela, un fiasco como obra literaria, se titula El reino encantado del amor, en donde Kafka aparece bajo la figura de Garta, un amigo de Nowy, el protagonista principal quien sin duda, es una representación del propio Brod.

Garta, es definido por Nowy-Brod, como “un santo de nuestro tiempo, un verdadero santo (...) él quería la pureza absoluta, él no podía querer otra cosa”.

La traición al amigo ¿se justifica?

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JJ/I