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Sueño de un tren maya para la fiesta inocua del turismo

En el Zócalo, la escena de investidura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se enmarcó en un acto sostenido en poblaciones indígenas en un escenario. En la representación se entregó al presidente electo un bastón de mando para la conducción del país en el “mandar obedeciendo al pueblo”.

 “Nos dejaron con un mural actualizado de Diego Rivera como imagen para arrancar el sexenio, con toda la carga que ello significa”, posteo la académica Mariana Mora.

Si bien la similitud con Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central puede ser coincidencia, funciona para detonar algunas reflexiones de una política de Estado que prolonga las relaciones de poder, dominio, desprecio y explotación establecidas en la época Colonial a las poblaciones indígenas.

El mural describe una secuencia histórica que inicia en la Conquista y culmina en la Revolución mexicana, el último régimen con que AMLO pretende ser el parte aguas nacional. En la obra, el pasado es un hecho superado. No obstante, la Independencia, la Reforma y la Revolución no han sido etapas superadas en la relación entre el Estado, la sociedad y los pueblos indígenas.

Así como en el grueso de los frescos de Rivera el paisaje es secundario, el marco estético en el Zócalo integró a figuras indígenas en una plancha urbana que anunciaba el despojo territorial que venía de megaproyectos como el tren maya. Un ferrocarril que propone erradicar la marginación y el atraso de habitantes del sureste al potenciar la industria turística.

El paradigma de turismo contenida en los rieles promete la derrama económica a través de reordenamiento territorial sin disolver jerarquías sociales y raciales. Funcionarios públicos pregonan que el eje de ganancia local está en los servicios y la infraestructura de las 15 estaciones previstas, donde alrededor se reubicarán a 250 poblaciones. Es decir, a indígenas y campesinos corresponden ser peones o sirvientes que atiendan cada día a 8 mil paseantes. La vida-existencia de poblaciones indígenas se pone al lomo del goce y bienestar de los patrones, a quienes el buen gusto cultural permite regatear a la cultura puesta como motor del desarrollo.

El exterminio de la población indígena se avecina; en su lugar el atractivo (dibuja el documento oficial) está el territorio convertido en zoológico y museo de sitio que unifica la herencia arqueológica sagrada prehispánica con la arquitectura española. El Zócalo asimismo fusiona ambos legados que escenifican el mestizaje. En especial los domingos, este espacio público es un museo vivo, a modo de feria callejera como el mural de Rivera.

 El “mandar obedeciendo” implica desnaturalizar a los pueblos indígenas como destinados a obedecer y a trabajar para el patrón-gobierno. Inscribe que si el pueblo te elige, respetas la palabra de las comunidades afectadas por el trazo de la ruta que rechazan el proyecto porque afecta sus derechos colectivos, como el de consultar. Presupone transformar de fondo las relaciones del Estado para los pueblos indígenas.

JJ/I