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La cultura del narco alienta feminicidios

La cultura del narcotráfico desde hace décadas permea al país. Su discurso se instaló en todos los ámbitos: en creencias pseudorreligiosas, el sistema bancario, la arquitectura, la seguridad pública, las instituciones y hasta en la moda. También ha construido socialmente un prototipo de varón que constituye el extremo del machismo: insensible y frío, dispuesto al brutal asesinato de quien se interponga en sus planes, transgresor de cualquier ley o norma moral o ética, con ambición sin límites que lo impulsa a la acumulación de riquezas y lujos, que además de la producción y venta de drogas medra de otros delitos, que considera su actividad delictiva un trabajo, entre algunos posibles rasgos promedio.

Como sabe que puede terminar en la cárcel, con secuelas de heridas o morir (según las autoridades su promedio de vida al involucrarse es medio año), el macho delincuente vive con intensidad su inmersión. La vida vale poco o nada, desde su óptica.

De las restantes características, una es que las mujeres son un botín. Entre más parejas o relaciones tiene, más macho se siente. Puede o no mantener una relación formal, en torno a la cual dispone de otros círculos de mujeres a las que les da dinero, regalos y hasta protección. Entre mayor jerarquía y/o poder tiene el macho delincuente, de más mujeres es proveedor. Exige fidelidad, previa amenaza o golpiza. Dispone de la vida de sus parejas. Son numerosos, incontables los casos en que las asesinan, por cualquier motivo. Las usan como objetos desechables. Si muere el varón, su riqueza o parte de ésta en ocasiones pasa a manos de su esposa y/o mujeres cercanas. Algunas soportan todo abrigando esa esperanza.

Los machos surgidos del hampa organizada son o serán feminicidas. ¿Cuántos homicidios investigados como dolosos a manos de delincuentes en realidad son feminicidios? Hasta ahora no se sabe. No existe estadística de los crímenes cometidos por varones involucrados en actividades ilícitas. Las noticias reiteradas es que en tal finca hallaron secuestradas tantas mujeres, que en tal fosa clandestina encontraron restos de mujeres, que en cierto baldío o calle se descubrieron cuerpos sin vida de féminas o que en determinado enfrentamiento las acribillaron.

Qué tanto detrás de los asesinatos está el odio hacia las mujeres se desconoce. Es un misterio, porque a las autoridades suelen interesarles poco los casos en que se asesina a hombres o mujeres en choques mortíferos de las bandas por el control de espacios o por otras razones. Son parte del subregistro de feminicidios.

El narcotráfico y en general los grupos delictivos que tienen bajo su mando a miles de mexicanos, la mayoría jóvenes, ofrecen a sus reclutas armas, dinero, poder y acceso a mujeres que, de manera forzada o convencida, se involucran en los círculos de la violencia, con distintos argumentos. Desde estudiantes de secundaria hasta madres de familia están sumergidas en delitos contra la salud y otros ilícitos, lo mismo de distribuidoras que de sicarias. Como parejas ocasionales o permanentes padecen a los machos que abusan de ellas y llegan a matarlas. Y si no son del grupo, pero los rechazan, sus vidas corren peligro.

Los grupos delictivos del país alientan los feminicidios. Son otra cara del odio a las mujeres. Si las bandas organizadas son la analogía extrema de hasta dónde puede llegar una empresa en el capitalismo para controlar el mercado, también sus miembros representan hasta dónde un macho puede rebasar cualquier límite de horror y matar con crueldad a mujeres. El sistema crea sus monstruos.

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JJ/I