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El enemigo: la realidad

Incapaces de asimilar la tragedia de nuestra historia como humanidad, nos entretenemos tejiendo pequeñas historias en donde el bien siempre termina por vencer al mal. No aceptamos nuestra propia destrucción ni nos asumimos como supervivientes del olvido de los dioses.

Nos acostumbramos a todo con la intención de reinventarnos, de rehacernos, de pensar que aún somos seres humanos con una gran misión que cumplir en la Tierra.

Doris Lessing, en su espléndido libro Memorias de una superviviente, señala nuestra pobre adaptación a lo que creemos entender como realidad, a pesar de perdernos como seres humanos. Al tratar de asimilar la cotidianidad, esta nos transforma:

“Podemos acostumbrarnos a cualquier cosa. Esto es sin duda un lugar común, pero quizá sea necesario haber vivido tiempos como aquellos para ver qué horrible verdad es esta. No hay nada que la gente no esté dispuesta a intentar incorporar a ‘la vida cotidiana’. Fue precisamente esto lo que dio un sabor tan extraño a aquella época, la combinación de lo raro, lo alocado, lo alarmante, lo amenazador, la atmósfera de asedio o de guerra... con todo lo que era habitual, común, y decente”.

Trajimos la guerra a casa para olvidarnos de la guerra. Lo extraordinario lo volvimos habitual. Los cadáveres están ahí. Se pasean en traileres, se los comen los perros, yacen partidos en pedazos y puestos en bolsas echadas a las fosas. Son nuestros pero no son nuestros. Nuestra tragedia está en la casa cuando reconocemos al cadáver como propio.

“Tal vez nuestro sentimiento tácito de que no ocurría gran cosa, o por lo menos nada que fuera irrecuperable, se debía a que el enemigo era para nosotros la Realidad, era permitir darnos por enterados de lo que estaba pasando”, dice Doris Lessing.

Y estamos enterados de lo qué pasa. Allá, afuera, al otro, a quienes llevan en hombros el ataúd que contiene su tragedia individual.

El enemigo para nosotros todavía es la realidad. Lo sabemos, por eso buscamos siempre rehuir a nuestro enemigo. Esperamos, en palabras de Lessing, que la vitalidad de la llamada vida cotidiana, “al final acabaría triunfando sobre el caos, el desorden y la malevolencia de los acontecimientos”.

Lo triste se vuelve cómico. O al revés.

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JJ/I