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El grito: la restauración de lo simbólico

El Grito de la Independencia no es una ceremonia cívica más. En el imaginario popular de los mexicanos representa el evento que lo conecta con el acto fundacional de su identidad. Por eso está cuajado de simbolismos y apela a lo más profundo de los sentimientos patrios. Existe un amplio consenso que en el pasado Grito, el primero del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, se percibió tanto en la plaza del Zócalo capitalino como en las pantallas televisivas, que había cambios sustanciales en la celebración respecto a la realizada en los sexenios anteriores. No solamente en la cantidad de personas que atestaron la plaza, que sumaban 130 mil, sino también por las modificaciones cualitativas, con fuerte contenido simbólico, que el nuevo gobierno incorporó a la festividad.

Las diferencias se observaron desde la misma transmisión, que en esta ocasión fue a través de los medios públicos, que bajo el hastagh #UnidosPorLasAudiencias desplazaron a las televisoras comerciales. Otra diferencia fue el evento cultural que se desarrolló previo a la ceremonia, con un programa integrado por la ejecución de bailables y danzas folclóricas de cada estado del país.

Un indicio de que algo inédito estaba sucediendo ocurrió cuando quienes observamos la ceremonia por televisión vimos entrar a la escolta militar a un salón completamente vacío. En esta ocasión no se encontraba atestado de invitados especiales, que se distribuían a lo largo de los pasillos, donde el presidente en turno, acompañado de su esposa, desfilaba por una pasarela más acorde con el boato monárquico que con la austeridad republicana. Coherente con este espíritu, el presidente apareció portando la banda presidencial con la sola compañía de su esposa.

Realizó el protocolo correspondiente y con la bandera en sus manos se dirigió al balcón. En la plancha del Zócalo se impuso un silencio expectante y los asistentes enfocaron sus miradas hacia el palacio. Con el lábaro patrio en la mano izquierda y empuñando con la derecha el cordel de la campana de Dolores, en una imagen también inédita, el presidente inició el grito con un estentóreo “Mexicanas y mexicanos”, acto seguido pronunció los 20 “vivas” que culminaron con el “Viva México” y 40 campanadas. Hubo vítores a los personajes consagrados por la historia, pero también a los héroes anónimos, a las comunidades indígenas, a la democracia, a la fraternidad universal, a la justicia, a la paz. Cada grito recibió una respuesta vibrante y festiva por la multitud que atestaba la plaza. Luego vino la sesión de los fuegos pirotécnicos, con un fondo musical interpretado por la banda oficial de la cultura mixe y una nueva versión de La paloma en voz de Eugenia León.

Sin embargo, el cambio más profundo, que establece una ruptura con el pasado, fue la conexión que se observó entre el balcón y la plaza, entre el presidente y un amplio sector de los asistentes, que al finalizar el espectáculo de la pirotecnia conjuntaron sus voces para corear diversas consignas: “Presidente, presidente”, “Sí se pudo”, “No estás solo” que se escucharon fuertemente, acompañadas por el viejo eslogan de “Es un honor estar con Obrador”. A las que el mandatario correspondió cruzando los brazos en ademán de abrazo.

Ciertamente, no es la primera vez que este escenario de fuerte interacción entre AMLO y sus partidarios se observa en los eventos masivos. Desde que aparecieron durante el proceso de desafuero, se hicieron frecuentes en sus tres campañas presidenciales. La diferencia es que en esta ocasión ya no se trataba de un candidato, sino de quien es depositario del Poder Ejecutivo.

Más allá de “imprimir su sello”, lo que hizo AMLO fue restaurar la dimensión simbólica y patriótica del Grito.

@fracegon

JJ/I