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Sociedades vigiladas I

Vivimos en sociedades cada vez más vigiladas y ciudadanos cada vez más convencidos de la necesidad de esta vigilancia. Es normal, dicen: frente a una sociedad amenazada, asolada por la delincuencia, el Estado debe acrecentar la vigilancia para prever los delitos. El Estado nos protege, entonces, es su obligación vigilarnos.

Pero el Estado no sólo vigila a los potenciales delincuentes o los lugares en donde pueda surgir un peligro. El Estado vigila a todos los ciudadanos y lo hace cada vez de manera más sofisticada empleando para ello complejos dispositivos de avanzada tecnología e invirtiendo enormes cantidades de recursos financieros y humanos.

La vigilancia se convirtió en el eje principal sobre el que el Estado descansa sus otras funciones. Para las grandes potencias la vigilancia es un asunto de seguridad nacional y para sustentarlo se empeñan en ponerle rostro y color a las amenazas: los terroristas, venidos de países no democráticos y que profesan una religión extraña, y amenazante, a los valores occidentales.

Pero los terroristas no acechan o invaden con ejércitos formales, sus armas son actos terroristas individuales contra ciudades occidentales. Su forma de infiltración son los grandes flujos migratorios de todas partes del mundo hacia los grandes países occidentales. De ese modo, los migrantes se convierten en potenciales terroristas. Los migrantes suelen ser los terroristas, los delincuentes que amenazan el orden mundial.

Es una lógica muy simple, pero que ha logrado convencer a millones de habitantes de los grandes países occidentales quienes nunca encontrarán como suficiente las acciones que tome su estado para protegerlos de la amenaza externa.

Sin embargo, las monstruosas creaciones humanas destinadas a ser superiores al ser humano, como el clásico monstruo de Marie Shelley, siempre terminan por salirse de control y convertirse en una amenaza mayor para sus creadores.

Los sistemas de vigilancia implementados para detener al enemigo externo se convirtieron en formas de control militar, policial, político y tecnológico para los mismos ciudadanos que los avalan.

La vida doméstica, laboral y recreativa son ahora los espacios en donde se practica, sin rubor, la vigilancia de la vigilancia.

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JJ/I