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Monstruos abstractos

La intervención policial durante las manifestaciones masivas se ha venido reduciendo en despliegue de personal y niveles de violencia. Actos vandálicos como los del 28 de septiembre en otra década hubieran llevado a la represión con policías antimotines completamente equipados estilo Robocop. Pero este sábado no fue así.

En otro tiempo, las fuerzas de seguridad pública hubieran tomado partido por la gente conservadora reunida en torno a la Catedral metropolitana y arremetido contra sus antagonistas.

¿Será cuestión de género? ¿Será que el gobierno temió mancharse las manos mediante el uso de la fuerza pública por tratarse de mujeres (desde una perspectiva machista que todavía califica a la feminidad como sexo débil, indefenso, completamente vulnerable)?

En esta Guadalajara ambigua que se debate entre las llamadas buenas costumbres o conductas tradicionalistas y el exceso desatado, lo que algunos denominan la perversión, hay mínimo espacio para el diálogo, la conciliación, la razón. Rige la tribu, la compulsión de lo gregario. La identidad se aglutina desde el adjetivo: mocho, feminazi, chairo, persignado, pejezombi, maricón, homofóbico, neoliberal

La verdad es que no se trata de algo local ni de algo nuevo. Los adjetivos cambian de una generación a otra y las tribus se consolidan o mueren, pero la intolerancia aquí está siempre.

Ni siquiera tendríamos que hablar de tolerar, porque considerar a un otro como una situación que me veo obligado a tolerar ya es en sí una derrota en el camino hacia la comprensión mutua, sincera, natural, germen de una sociedad donde los seres humanos que la conforman puedan vivir en plenitud y en dignidad.

En cambio, ¿hemos de conformarnos con tolerar, aguantar a quien disiente? Es mucho más cómodo cerrarse ante una perspectiva distinta a la propia, calificarla como incorrecta o errónea, que entender esa perspectiva, descolocarse y contemplar la vida, aunque sea un poco con esa mirada, cuestionarse si el acto mismo de mirar no podría ser mejorado tomando prestado parte de lo que se puede ver con otros ojos. No es fácil.

Encontrarse con un grupo inmenso de personas que tienen una mirada similar es reconfortante, pero también es peligroso si lleva a la confrontación estúpida y pasional desde la intolerancia. La verdad es que es preferible la tolerancia que la intolerancia. Estéril, mas no abiertamente destructiva.

¿Es posible el diálogo entre un defensor de lo que considera el derecho a la vida, callando, plantado frente a la Catedral, con alguien que defiende lo que considera el derecho a decidir, gritando en su cara?

Y de lejos, expectantes, los policías permisivos.

Ambos defensores no son sino representaciones concretas de ideologías distintas. Las ideologías son monstruos de componentes abstractos dedicados a provocar guerra y caos en el mundo de lo concreto. Las ideologías poseen a la gente y la esclavizan si les ceden su voluntad ciegamente. Los defensores no se dan cuenta, o no quieren darse cuenta, de que la ideología es menos importante que la dignidad humana propia y la de su otro más próximo.

Es cierto que no hay manera alguna en que una corporación policial pueda favorecer el intercambio cordial de ideas distintas entre dos personas de ideologías rivales, pero ya es bastante esa actitud vigilante que considera la fuerza pública como un último recurso.

La ideología globalifóbica o altermundista chocó un 28 de mayo de 2004, recuerdo, contra una Policía estatal que respondió violentamente a los esclavos ideológicos. Es uno de los episodios más brutales de la historia reciente de Jalisco y espero que no se repita.

@levario_j

JJ/I