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Festivales y evaluación cultural

El Festival Internacional de Danza Contemporánea Onésimo González concluyó su edición 22 y su clausura coincide con la celebración de otros seis eventos dancísticos. Y mientras en el polo creador la oferta crece, del lado de los destinatarios la respuesta es pobre. En la zona metropolitana, la cantidad de apuestas escénicas, colectivos y ejecutantes es considerable y cada uno participa en la realización de algún festival. Esto a simple vista es positivo, sin embargo hay muchos asuntos por revisar, sobre todo en materia de públicos.

El enriquecimiento referencial entre creadores resulta básico en las tareas que desempeñan. Sin embargo, pareciera que éste es el único beneficio que se obtiene de los eventos en los que se invierten recursos públicos. ¿Cuál es la función de las instituciones en esta materia? Los derechos culturales lo dejan claro. Estos derechos deben garantizar que los ciudadanos y sus comunidades tengan acceso a la cultura y participen de ella. Sí, hablamos de Derechos Humanos. 

¿Qué deberían preguntarse creadores y funcionarios respecto a las actividades que año con año organizan? La revisión y evaluación formal de su trabajo en esta materia debe ser una tarea compartida.  Hoy es difícil encontrar a un creador que no se ocupe también de la gestión de su propia obra y que busque enriquecerla a través de redes a nivel nacional e internacional. ¿Pero quién y cómo evalúa sus resultados? Hay una peligrosa tendencia a creer que la evaluación son los informes finales, que en la mayoría de los casos consisten en una colección de formatos y numeralias –muchas veces infladas– que dan cuenta de la cantidad de eventos y asistentes sin problematización alguna. La evaluación de la actividad cultural es un elemento fundamental que permite conocer el impacto social que cada actividad tiene. La evaluación cultural está legitimada y hay estrategias que permiten valorar esas tareas, facilitan el control estratégico y la realización de una memoria que documente sus alcances y los contraste con los objetivos. La pregunta no debe ser –ni para la institución ni para el creador– ¿a los cuántos años se legitima un festival?, sino ¿cómo garantizamos el acceso a la cultura de una sociedad como la nuestra?

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JJ/I