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Agua para la vida o para la muerte

La vida fluye, late, en los ríos del país y permite disfrutar de un hermoso paisaje en toda la ribera de Chapala, de la exuberante vegetación, y nos acompaña en el camino de la ribera sur, rumbo a Mazamitla; o la podemos contemplar desde Jocotepec, San Juan Cosalá, Ajijic o Chapala hasta el camino que recorre desde San Nicolás, San Juan Tecomatlán y llega a San Pedro Itzicán y Mezcala, territorio de la etnia coca, en Jalisco. Desde hace años a estas comunidades indígenas las despojamos de sus tierras, en la parte más cercana al lago, y permitimos la instauración del turismo residencial, tan bien documentado en la investigación del antropólogo Francisco Talavera.

No podemos negar que quienes habitamos en Jalisco hemos sido –de alguna manera– cómplices de ese despojo, pues seamos propietarios o no, hemos rentado una cabaña o una habitación de hotel en ese maravilloso entorno en que los antiguos dueños de esas tierras comunales hoy se encargan del aseo o del mantenimiento de las propiedades que se asientan en ellas.

Justo en la isla de Mezcala y San Pedro Izticán, comunidad a la que hasta hace poco llegó la carretera, sus habitantes están padeciendo enfermedades que los despojan de su salud. A lo largo de la cuenca del río Lerma se atrajo la inversión y se promovió el desarrollo de industrias, pero nunca se reguló adecuadamente el tratamiento y descarga de las aguas residuales de las empresas que se instalaron en su recorrido por 25 ciudades hasta llegar al lago de Chapala. En territorio de Jalisco, Ocotlán y La Barca son ahora industriosas ciudades y muestra clara en donde las oportunidades de empleo se enturbian con el poco cuidado que se tiene sobre las descargas industriales, la contaminación que generan y cómo eso afecta a la salud de las personas.

El agua no puede considerarse sólo como un recurso que se usa en desarrollo urbano e industrial; ha de cuidarse como un proceso en torno al cual se sostienen las condiciones en que vivimos las personas. La revista Clavigero, en su más reciente número, vuelve a poner énfasis en la contaminación del agua que sufren pueblos y ciudades alrededor del Lerma-Santiago y de lo que no se ve en nuestro majestuoso lago de Chapala: el fantasma de la enfermedad y la muerte. Los análisis del agua muestran evidencias de concentración de arsénico, cromo y mercurio, por encima del permitido por la Organización Mundial de la Salud, así como de coliformes fecales (o sea, caca) siete veces por encima de la concentración permitida en aguas residuales. Las consecuencias para la salud de las personas se manifiestan de manera contundente en el incremento de insuficiencia renal crónica, malformaciones congénitas, cáncer, etcétera. Además, las familias tienen que dedicar mayor tiempo y vender sus animales o tierras para cuidar la vida y prolongar la llegada de la muerte lenta de sus niños, jóvenes o adultos.

Esa misma agua es la que nos llega sin tratamiento eficiente al Área Metropolitana de Guadalajara. Sin duda urge que ciudadanos y gobierno atendamos ya el problema en las comunidades hoy afectadas, pero también se impone el diseño y puesta en marcha políticas de prevención hídrica y de salud pública antes de que los problemas de salud hagan crisis en las ciudades medias y en Guadalajara.

La sentencia del Tribunal Latinoamericano del Agua, en octubre de 2018 para el caso de la cuenca Lerma-Chapala, tiene fundamentos científico, jurídico y ético, aunque no obliga ni a las autoridades, empresas o comunidades a acatar sus directrices, sí tiene un peso moral que deberíamos tomar más seriamente, para que la vida no se marchite y más bien siga fluyendo en nuestros ríos, lagos y ciudades.

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JJ/I