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Víctor Jara, ‘Vientos del pueblo’ en Chile

Estudiaba la licenciatura cuando, a invitación acompañada de la solicitud de apoyo, cometí la osadía de participar en un pequeño festival de música de la escuela. Acompañado de mi guitarra, canté, si se le puede llamar así, una hermosa melodía del chileno Víctor Jara. Se titula Manifiesto. Su letra es una poesía que roza los cielos: “Mi canto es de los andamios, para alcanzar las estrellas”; que rinde homenaje al maravilloso instrumento musical: “Yo no canto por cantar, ni por tener buena voz; canto porque la guitarra tiene sentido y razón; tiene corazón de tierra y alas de palomita; es como el agua bendita, santigua glorias y penas”. Y, quizá como profecía de su destino, anuncia: “Que el canto tiene sentido, cuando palpita en las venas, del que morirá cantando las verdades verdaderas”.

Víctor Jara murió asesinado en 1973 por militares bajo el mando del dictador Augusto Pinochet. Tras el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, quien desde el Palacio de la Moneda enfrentó con su escolta a los traidores, los miembros del gobierno y sus simpatizantes fueron perseguidos, torturados, asesinados, desaparecidos. A Víctor Jara lo trasladaron al Estadio Chile. Ahí lo torturaron y con la culata de rifles le destrozaron los dedos de sus manos. Luego lo ejecutaron. El cadáver de quien fuera cantante, compositor, profesor universitario y maestro de teatro fue arrojado cerca del cementerio metropolitano.

Pasaron 30 años del golpe militar dictatorial y, en 2003, se rindió homenaje a Víctor Jara: al estadio en que lo asesinaron se le puso su nombre. En 2009 a uno de sus ejecutores se le ratificó condena y en 2012 otros militares también fueron llevados a juicio. El año pasado se condenó a prisión a ocho de los acusados del crimen.

Las canciones de Víctor Jara no son, obviamente, comerciales. En los años 70, cuando lo escuché por primera vez, no difundían sus melodías en la radio ni televisión privadas mexicanas. Sólo de vez en cuando en una radio cultural o en un festival de música latinoamericana era posible disfrutarlas. No son canciones de las que se encajonó como de protesta. Son, sí, de crítica a las injusticias; que ponen atención en los olvidados del régimen chileno, en las comunidades y los trabajadores explotados; que expresan ternura a los niños; que hablan del amor a la vida; que llaman a la paz; que denuncian las intervenciones de Estados Unidos; que comunican desde las luchas de los desposeídos; que enternecen al hablar de la pareja. En Internet, un sitio ofrece 166 de sus melodías, que incluyen diversos géneros.

Menciono algunas: El derecho de vivir en paz (de las más cantadas en las protestas), Te recuerdo, Amanda, Así como hay matan negros, Plegaria a un labrador, El arado, Vientos del pueblo, A Cochabamba me voy, Cuando voy al trabajo, Lamento boricano, Qué alegres son las obreras, Aquí te traigo una rosa, Las casitas del barrio alto, Poema 15 (de Pablo Neruda) y muchas más. Con Violeta Parra y otros representa un enorme legado cultural, humano, alegre, solidario con los marginados, por el amor y la paz del mundo.

Que ahora, con las masivas protestas en Chile, multitudes entonen sus melodías, me conmovió. Me trajo a la mente su vida y su canto. Su pueblo lo sigue recordando a más de cuatro décadas de que lo asesinaron. Pese a los años de feroz represión del régimen de Pinochet, continúa cantando a la libertad y a la justicia. En las redes sociales los videos muestran a miles de chilenos en plazas, en calles, en barrios, haciendo suyos los temas. Las voces de miles de chilenos demuestran que no murió. “La estrella de la esperanza continuará siendo nuestra”, les predijo Víctor Jara en su canción Vientos del pueblo.

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JJ/I