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Regulaciones y competencia 

Según la escuela económica clásica, el libre mercado se regulará a sí mismo siempre y cuando no existan obstáculos regulatorios para la competencia.  

Suponiendo que eso es verdad, sabemos que lo que le conviene al mercado no siempre le conviene a la mayoría de la sociedad. Por eso, desde la llegada de Uber a México, no pasó mucho tiempo para que comenzaran las regulaciones de distinto orden. En Jalisco se aprobó la llamada Ley Uber, cuyo principal objetivo era gravar y cobrar permisos de operación a las Empresas de Redes de Transporte (ERT). 

Este mes, en comisiones del Congreso de Jalisco avanza una iniciativa de reforma. Entre otras cosas, se pediría a las ERT que cuenten con un botón de pánico, padrón de usuarios actualizado y otorguen compensaciones económicas a los conductores. De aprobarse en el pleno, también se solicitaría que los conductores tramiten licencias especiales. 

Los choferes de las plataformas empiezan a resentir su carencia de derechos laborales y su vulnerabilidad a la delincuencia. Los usuarios comparten la percepción de inseguridad y se quejan del empeoramiento en la calidad del servicio.  

Ante estas circunstancias, lo mínimo que se espera es una intervención de nuestros representantes. ¿Pero a quién beneficia el sentido de estas reformas? Una de las cuestiones ausentes es el impacto ambiental y en la movilidad de la ciudad. A partir de lo que han publicado los medios locales, no hay ninguna intención de limitar el número de unidades que prestan servicio en estas plataformas. Cada coche circulando aumenta el tráfico en las congestionadas vías de la ciudad. 

Lo que parece es que los diputados locales están trabajando para acomodar la operación de dos empresas transnacionales, Uber y Didi. Hay pocas posibilidades de que un jugador local entre al mercado. Apenas el año pasado, la tapatía City Drive cesó operaciones ante la imposibilidad de competir contra ellas. 

Si observamos el modus operandi de las nuevas empresas tecnológicas, veremos que una práctica común es destruir a la competencia o, en su defecto, comprarla. Nada raro para el estándar de lo que se entiende por competencia en la versión más pura del capitalismo. 

Lo raro es ver en qué términos se está dando esta pugna de las ERT: dos empresas transnacionales, una con participación dentro de la otra, y el mismo gran inversionista detrás: SoftBank. 

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jl/i