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Polarización y Estado fallido 

Decir que los mexicanos están confrontados es repetir una verdad de Perogrullo. Nadie, con el mínimo sentido común, podría negar que la confrontación se haya instalado en el escenario de la vida cotidiana. Sin embargo, es muy frecuente escuchar en los espacios mediáticos y en las columnas de opinión en la prensa escrita, referirse a esta situación y calificarla como una desgracia, como una alteración maligna y perversa de una supuesta normalidad de la convivencia humana, como una alteración retorcida del “orden social”. 

Considerar a la confrontación como un efecto pernicioso es desconocer su carácter constitutivo de la acción política, a través de la cual diversas concepciones de la realidad y proyectos contradictorios de país se disputan la hegemonía del poder para el desarrollo de su programa de gobierno. En las sociedades democráticas esta hegemonía se obtiene mediante el sufragio de los ciudadanos. La confrontación, entonces, no es el resultado, sino el punto de partida de la acción política. Otra cosa es la polarización. 

La polarización es una exacerbación de la confrontación política. Surge como consecuencia de la violación por parte de los actores políticos, a las reglas establecidas para dirimir sus contradicciones en el marco de la institucionalidad democrática. Particularmente cuando estas contradicciones tienen que ver con los intereses económicos, patrimoniales y de valores, que los grupos sociales confrontados consideran fundamentales para su existencia. Para los defensores del statu quo, cualquier propuesta de cambio representa una amenaza para su supervivencia. El nivel de polarización se expresará, entonces, con relación al peligro que la amenaza representa. 

La polarización entre los mexicanos no es reciente, se ha manifestado en múltiples episodios de la vida nacional, aunque se podría decir que sus expresiones más álgidas se relacionan con la movilización estudiantil de 1968 y su consecuente represión; las elecciones de 1988 que desembocaron en la imposición de una Presidencia bajo sospecha de fraude; y finalmente, las controvertidas elecciones de 2006, en las que la guerra sucia promovida por el PAN provocó una intensa polarización que se profundizó cuando las instituciones electorales (IFE y TJPEF) legalizaron lo que millones de mexicanos calificaron de fraude. No es necesario darle vueltas al asunto para ubicar en este episodio el origen de la actual polarización. 

El problema no es que la polarización se haya instalado como parte de la vida cotidiana, el problema es que su misma existencia pone en evidencia la incapacidad del andamiaje institucional del Estado –gobierno, partidos, medios de comunicación, sociedad civil– para procesar las contradicciones entre los actores sociales, en el marco establecido por la Constitución y la observancia al estado de derecho. El problema se acentúa cuando son estas mismas instituciones las que atizan, mediante sus acciones y retóricas discursivas, la exacerbación de las confrontaciones políticas, de la polarización. Lo que le sigue es el naufragio de la viabilidad del Estado para garantizar la paz y la seguridad a los ciudadanos. El Estado fallido, pues. 

No son pocos los mexicanos que comparten la percepción que desde hace tiempo, el Estado se asemeja a un Estado fallido. Es por esta percepción que se explica el tsunami electoral de 2018, que llevó al poder a un proyecto político que enarbolaba como oferta principal un proyecto alternativo de nación. En las urnas, los ciudadanos manifestaron su repudio al régimen establecido y apostaron por una profunda transformación de las instituciones, por la “regeneración nacional”, como reza el nombre del partido más votado. De ese tamaño era el mandato de los ciudadanos al nuevo inquilino de Palacio Nacional. 

A casi un año del arribo de AMLO, la polarización creciente que experimenta la sociedad indica que las instituciones obligadas a encauzar las contradicciones políticas en un marco de normalidad democrática –gobierno, partidos, medios de comunicación, sociedad civil– se han visto incapaces para procesarla y contenerla; más aún, parecen interesados en atizarla. 

Twitter: @fracegon 

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