INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

El INE, los ciudadanos y la falta de contrapesos 

El horizonte de partidos políticos posteriores a las elecciones del 1 de julio de 2018 se vio como un escenario posterior a un tsunami, en el que la presencia de sobrevivientes fue escasa y segmentada de manera impresionante. 

La poderosa crítica ciudadana a la partidocracia mexicana, el reclamo de la distancia entre representantes y representados, con los claros ejemplos de la frivolidad de las anteriores administraciones y, muy particularmente, con las historias de páginas rosas, pero convertidas en acciones de Estado de la administración de Peña Nieto, hasta las aberraciones como las de Gerardo Ruiz Esparza, o los adeudos históricos de Iguala, en Ayotzinapa, tuvieron un efecto en el ánimo social de un calado profundo e importante que se expresó en las urnas. 

Esa expresión en las urnas requiere una observación más detallada en la medida en que el esquema de elección, la organización y la conclusión de ese proceso mostró la relevancia social y la importancia de haber cambiado. Porque desde 1996 el organismo y la estructura encargadas del procesamiento electoral que se autonomizó desde entonces, convertido en una entidad ciudadana, y como tal, el resultado de la elección de 2018, contabilizó un resultado sin precedentes en la historia reciente de los relevos de las administraciones federales y consolidó un inobjetable triunfo de Andrés Manuel López Obrador, legendario candidato que después de dos intentos con el Partido de la Revolución Democrática y, en este último proceso electoral, con un partido del que poco a poco en los últimos días muestra sus reticencias para que le acompañe, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena). 

El Instituto Federal Electoral ahora Instituto Nacional Electoral (INE) se ha convertido en una importante institución de carácter ciudadano en la que se puede depositar la confianza de los procesamientos electorales que permiten ofrecer una clara línea de objetividad y de certidumbre. No se trata de generar un panegírico del INE, sino de establecer, con una mirada en retrospectiva, las ventajas de contar con un sistema que desplazó al Colegio Electoral de la Secretaría de Gobernación, que tuvo su momento más crítico sin superar la desconfianza en la elección de 1988 y con Manuel Bartlett al frente de esa operación. 

Ya sin la confianza ciudadana, las circunstancias obligaron a modificar el sistema, aunque, en el origen, su primer presidente fue el secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, la evolución del organismo lo llevó a su autonomización que se logró en 1996. A partir de ese momento se desarrolla la historia del IFE, que pasó por uno de los procesos más particulares del cambio de época, con la elección del 2000 en que, por primera vez, ganó un candidato de la oposición. 

La importancia institucional del INE no reposa en quienes ocupan los cargos de dirección, sino en la fuerza y confianza que la ciudadanía le ha otorgado a este importante órgano que expresa el cambio de modelo electoral y que permite una competitividad eficiente entre las diferentes fuerzas políticas. 

El recorte a los salarios de los directivos no es sino una tendencia personalizada de nombres, sin embargo, los efectos del recorte presupuestal no radican en las pugnas personales sino en la erosión a la que se expone a la institución. 

La desaparición práctica de una oposición clara en el horizonte político deja que solamente una expresión realice los movimientos a su entera voluntad; no tendría que ser de otra manera. El problema radica en que la inexistencia de contrapesos efectivos deja sin representación a las partes que intervienen en los procesos, los ciudadanos, que quedan expuestos a una tiranía de la mayoría. 

[email protected]

jl/i