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La culpa no es de ellas 

“Y la culpa no era mía”. Esta es la frase que destaca en la activación que este fin de semana realizaron miles de mujeres en el mundo, en diferentes idiomas y en diversos espacios. Fue un armónico grito no sólo contra la violencia hacia las mujeres, lo fue también contra esa práctica que la acentúa: la normalización. 

Sí, debemos aceptarlo, esas movilizaciones son un asunto generacional. Esas mujeres son en su mayoría jóvenes, lo cual no quiere decir que estén solas. Lo que sucede es que las generaciones anteriores las observamos entre admiradas y conmovidas, pero también, desafortunadamente, en algunos casos incrédulas. 

Surge una duda en torno a estas manifestaciones: ¿por qué estas jóvenes están tan enojadas? La respuesta es sencilla si tomamos el caso de la Zona Metropolitana de Guadalajara y de Jalisco en general. Los datos de violencia hacia las mujeres son de escándalo: Jalisco es la segunda entidad con más denuncias de incidentes de violencia hacia las mujeres en el país. 

Y no es el único punto en el que destaca. Es también el tercer estado con más homicidios dolosos de mujeres en lo que va del año y el quinto en violaciones sexuales. Este año también se han comenzado 38 carpetas de investigación por feminicidio, con lo que la entidad se ubica en el sexto lugar nacional. 

Todo lo anterior, según el último corte del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, basado en denuncias penales y llamadas al número de emergencia 911. Es decir, la cifra real seguramente es superior. 

Pero esto tan sólo son los números. Las historias que algunas de las valientes mujeres han contado sobre los hechos que han vivido, tanto las víctimas como sus madres, hermanas e hijos, son desgarradoras. Tanto que manifestarse termina por ser insuficiente. 

Lo curioso es que para muchos no parece tan claro lo que sucede. Entre la misma población hay quienes cuestionan las protestas. Y es que muchos nos formamos en la normalización de las conductas de violencia.  

En todas nuestras familias existen esos casos. Y en ocasiones creemos que no fuimos parte porque no asestamos el golpe. Recuerdo el caso de una mujer que llegó a una familia, casada con uno de sus integrantes. Seguro si se hiciera una encuesta en esa familia, coincidirían en que había sido la mejor persona que se cruzó en sus vidas, al grado que terminaron amándola más que a su marido. Pero fue víctima permanente de violencia. Todos se preguntaban por qué lo aceptaba y la respuesta siempre llevó a su infinita bondad. Fueron incapaces de mover un dedo por ella. Así se liberaron de la culpa y la dejaron que cargara con ella. 

Lo mismo sucede con los casos de acoso, de abuso sexual, violaciones, feminicidios y desapariciones. Para la sociedad y las autoridades, lo más importante siempre es librarse de la culpa lo más pronto posible. Encontrar qué hizo la víctima para quedar a disposición de la violencia. 

Las jóvenes que han salido a las calles ya no están dispuestas a tragarse ese cuento. Y lo están diciendo de diferentes formas, lo mismo con marchas pacíficas, con manifestaciones agresivas o sumándose a los armónicos pasos que surgieron con Las Tesis, en Chile. 

Las formas son lo de menos, aunque haya quienes se molesten y hasta se atrevan a opinar cómo sí aceptan sus protestas. El fondo es lo importante. Lo que podemos destacar es la lección que nos dan. Ellas no están dispuestas a limitar su desarrollo y su vida para comodidad de quienes las violentan. Ellas no serán la generación que aceptará la violencia como normal. Ellas saben que tienen los mismos derechos. Ellas saben que la culpa no es suya. 

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