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La crisis social en Haití 

En 1986, año del derrocamiento de la dictadura de 28 años de los Duvalier, todos los demócratas creyeron que el país había dado vuelta a la página y se dirigía hacia un nuevo sistema político y económico, y que con el modelo de un régimen de opresión iba a ser al fin sustituido por un estado de derecho y de desarrollo. 

Una nueva Constitución, aprobada en un referéndum el 29 de marzo de 1987 por la gran mayoría de la población, concretaba esas aspiraciones. En los considerandos se incluyeron los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, además de la democracia representativa, la nueva Carta Magna apuntaba a la descentralización como uno de los ejes del nuevo sistema político. 

Pero, desde 1986 hasta la fecha actual, en Haití ha habido ocho golpes de Estado, 34 cambios de gobierno (por cambio de primer ministro), cinco elecciones abortadas, tres intervenciones militares extranjeras y cinco misiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la estabilidad y la paz. 

El terremoto de enero de 2010 destruyó gran parte Haití y puso en evidencia su gran pobreza, y se pensó de nuevo que se iba a reconstruir el país sobre nuevas bases ecológicas, políticas y sociales.  

Nueve años después del terremoto se constata que el país se ha hundido en una crisis multidimensional. Se eliminaron las barreras arancelarias, lo que originó la destrucción de la producción local y aumentó la dependencia alimentaria, como en el caso del arroz. Esa política neoliberal ciega hace que hoy Haití importe cuatro veces más de lo que exporta, sobre todo de Estados Unidos y de la República Dominicana, una situación crítica para cualquier economía nacional. 

Un movimiento de jóvenes autodenominados Nou Pap Dòmi, No Dormimos, anunció un programa de reivindicaciones con cuatro letras R: ruptura, rectificación fiscal, reorientación y rigor, en un documento de seis páginas de lineamientos para organizar el país luego de la renuncia del presidente Moïse. 

La característica de este movimiento es que se trata sobre todo de jóvenes en un país donde más de la mitad de la población tiene menos de 20 años. Tienen además un lenguaje muy diferente del acartonado de los viejos políticos. 

Sin embargo, este movimiento inicial de protestas pacíficas fue sobrepasado por el surgimiento de grupos con un lenguaje más radical e incluso violento, como el Movimiento Popular y Democrático, con protestas que se convirtieron en una insurrección con barricadas, incendios, saqueos y corte de carreteras nacionales y de las principales arterias de la capital y de las ciudades de provincia. 

Y el presidente Moïse no renuncia. La explicación de por qué se mantiene en el poder está en relación al apoyo que recibe de Donald Trump, al reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, apoyado por Estados Unidos y otros países de América Latina y Europa, y romper con Maduro, cambiando el voto de Haití en la OEA. En otras palabras, hace un acuerdo con Trump que se vuelve su salvavidas. 

No se realizaron las elecciones parlamentarias que debían renovar en octubre la Cámara de Diputados y las dos terceras partes del Senado. De esta manera, a partir del 7 de febrero ya no habrá Parlamento en Haití. 

Esto apunta para que el presidente pueda gobernar por decreto y preparar las elecciones legislativas de manera de asegurar la victoria de una alianza con el hijo de Jean-Claude Duvalier, Nicolas Duvalier, que podría ser candidato a la presidencia.  

Es así como todo este año Haití se ha visto sacudido por protestas, que según la ONU han dejado al menos 42 muertos y 89 heridos desde mediados de septiembre. 

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