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El ruido se impone 

Estamos rodeados de líderes políticos que son incapaces de manejar otras verdades que no sean las suyas, de bienpensantes que juzgan (la mayoría de ocasiones sin argumentos) y de millones de mensajes en redes sociales del respetable que diluyen los hechos y reproducen a bots. 

De alguna manera el viejo y confiable periodismo, ese que se hace con nuevas herramientas, pero siempre bajo los rigores añejos, nos ofrece una tabla de salvación entre tanto ruido. Más allá de las opiniones (todas debatibles) nos da hechos. 

Revelar las triquiñuelas o exponer los sentires del cinismo en el servicio público es una tarea cada día más cuesta arriba. Es un camino empedrado por muchos obstáculos: el acceso a la información, el castigo de las fuentes, el desprecio del poder, la supervivencia económica, la dictadura de lo inmediato y lo popular por encima de lo importante. En fin, el periodismo de hoy enfrenta a titanes. 

Oscar Wilde dijo hace poco más de un siglo que “hay mucho que decir en favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad”. 

El polémico y genial escritor irlandés da en el blanco. 

Llevamos meses escuchando la cantaleta del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre la venta del avión presidencial. Un año después y millones de pesos en mantenimiento no han sido suficientes para venderlo ni rematarlo. Ahora, la musa de la cuarta transformación (4T) lanza una idea ganadora: hay que rifarlo. Ayer en la mañanera ya mostraron hasta el billete. De hecho, tienen que cambiar la legislación de la Lotería Nacional para hacerlo posible, pero mientras que nuestro senséi tropical lo quiera, se hace. 

La idea es tan ridícula como indefendible. Muestra una ignorancia en los hechos sobre lo que puede hacer y no el pueblo llano. 

Además, parece insultar a nuestras tres neuronas vivas cuando lo importante hoy (no ha dejado de serlo) es el tema de la violencia, más allá, el de las víctimas de la violencia. 

Ha sido olímpico el desdén de la 4T contra la Marcha por la Paz.  

El intelectual Jesús Silva-Herzog Márquez afirmó en una columna publicada por Reforma que “el hermetismo intelectual conduce a una ceguera ética. El soberbio que se imagina por encima de los mortales cierra los ojos al mal que puede causar, desprecia el sufrimiento de los irreverentes y cobija a los pillos si les profesan devoción. El presidente abre las puertas del Palacio a quien lo abraza, llega hasta el último rincón del país para recibir veneración. Pero al crítico le da la espalda. Al independiente lo desprecia”. 

Esa selectividad intelectual no puede ser bandera de un estadista. Alguien que representa al Estado mexicano está obligado a una sincera apertura. 

De la misma manera que los periodistas, cada uno con su agenda y prioridades, debemos siempre estar abiertos al devenir informativo. Podemos elegir un equipo, pero no podemos negar al resto de los colores. Lo más: estamos comprometidos con la humildad de aquel que se enfrenta a la gran diversidad social de una ciudad o estado. 

El reto es tratar de separar el grano y huir del ruido de fondo al que estamos expuestos cotidianamente. 

Con esas espadas cruzadas… mejor la del estribo: 

“La Guardia Nacional no me representa. No me representan sus valores. No me representa una institución o persona que golpea, viola los derechos humanos, laborales, sociales. No me siento representada por las instituciones de ningún nivel de gobierno. Tampoco quiero que me representen los que esta madrugada se metieron a robarme a la casa. Mi hijo de 9 años dice que somos la Gotham mexicana. No sé si su conciencia sobre el país me alegra o me deprime”. 

La gran cronista tapatía Vanesa Robles me representa. 

[email protected] 

jl/I