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El rostro de la ciencia 

La conmemoración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia tiene un origen: el rostro de la ciencia en el mundo sigue siendo abrumadoramente masculino. Con todo y que cada vez más mujeres ingresan a la universidad, siguen siendo subrepresentadas en las disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés): según la ONU, sólo 30 por ciento de las personas que se dedican a la investigación y la ciencia en el mundo son mujeres. 

México no es la excepción. Cifras de la secretaría federal del Trabajo indican que, de la población ocupada, los hombres dominan en la biología y la bioquímica, en las ciencias de la tierra y la atmósfera, en las matemáticas, en las ciencias de la computación y en todas las ingenierías excepto en la industria de la alimentación. 

Sin embargo, las cosas están cambiando. Un ejemplo es la presencia de las mujeres en el sector salud, que, si bien siempre ha sido importante en las áreas de enfermería, cuidados de fisioterapia y rehabilitación, datos del Instituto Mexicano para la Competitividad revelan que la matrícula de quienes estudian medicina es cada vez más equitativa, con 45 por ciento de féminas y 55 por ciento de varones. 

Hay un controversial argumento que dice que las mujeres no son científicas no porque no tengan las capacidades, sino porque no les interesan esas profesiones. Aún si fuera cierto, valdría la pena complejizar el por qué a las mujeres no les interesa la ciencia y la tecnología, porque si a esas vamos, es claro que a la mayoría de los mexicanos tampoco les llama la atención.  

México tiene menos de un científico por cada mil habitantes, el índice más bajo de los países que integran la OCDE (cuyo promedio es de siete investigadores por cada mil personas). Podemos concluir que se necesitan más científicos en general, tanto hombres como mujeres. Sin embargo, en un país donde la mitad de la población vive en pobreza y la otra está ansiosa por la inestabilidad económica y la debilidad de nuestras instituciones, la vocación científica y de investigación, a menudo asociada con largos años dedicados al estudio y poca certidumbre en cuanto a oportunidades laborales, no termina de convencer.  

Es necesario cambiar el rostro de la ciencia en México por uno más equitativo, optimista y, sobre todo, joven. 

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jl/I