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¿Quién escucha a las ausentes? 

El filósofo francés Gabriel Marcel solía relatar que su madre murió cuando él era muy pequeño, y su padre se volvió a casar, y que pese a que su madrastra era la hermana de su madre, ella se sentía tan celosa e insegura que no toleraba que mencionaran en su presencia a su hermana, aunque ya estuviera muerta, de modo que, decía Marcel, era tanto el cuidado que tenían que poner en su hogar para no mencionarla, que su presencia se volvió mucho más fuerte, a pesar de que no se encontraba ahí físicamente. 

La experiencia de Marcel la han tenido y la tienen muchas personas que pueden dar cuenta de que, en ciertas circunstancias, quienes están ausentes se vuelven más presentes; incluso puede decirse que su presencia llega a ser más densa que la de los que se encuentran ahí físicamente, como lo relatan quienes se dedican a la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos. 

Esa experiencia la acabamos de tener en México, y en particular en Guadalajara este pasado 9 de marzo, en el que una enorme cantidad de mujeres se ausentaron de los ámbitos en los que usualmente las podemos encontrar. La experiencia resultó más fuerte, me parece, porque justo la víspera tuvimos la marcha más numerosa en décadas, pues según las cifras oficiales alrededor de 35 mil mujeres salieron a protestar por la violencia impune que padecen todos los días, cuyo extremo es el feminicidio. 

No obstante, las propias mujeres se dieron cuenta de que su presencia en las calles y su exigencia de condiciones que les permitan vivir sin miedo es insuficiente y por ello decidieron abandonarlas, dejándonos a los varones la tarea de interpretar su ausencia y determinar qué es lo que nos toca hacer al respecto. 

Esta situación me recordó una vieja canción francesa que cuenta que el Sol y la Luna tenían una cita, pero al llegar al lugar, el Sol no la encontraba, aunque ella estaba ahí, pero él no la veía porque estaba deslumbrado por su propio brillo. Del mismo modo, los varones en nuestra sociedad estamos tan encandilados por los privilegios inmerecidos de los que disfrutamos, que no nos damos cuenta de las agresiones que reciben las mujeres, de las cuales solemos ser parte por acción u omisión. 

La ausencia de las mujeres se convirtió, así, en una oportunidad para reflexionar de manera personal, pero también colectiva, respecto a lo que debemos aportar para que vivir en nuestra sociedad no signifique que las mujeres deben vivir esperando agresiones sólo por el hecho de serlo. 

Desconozco lo que ocurrió en otros lugares, pero puedo dar cuenta de que en el ITESO se abrieron varios espacios para la reflexión, aunque los que más me gustaron fueron dos en los que el diálogo fue más horizontal, uno en el que participamos quienes ahí laboramos y otro convocado por los propios estudiantes como su espacio de reflexión. 

En ambos casos tuvimos que asumir nuestra perplejidad ante un cuestionamiento para el que no estábamos preparados, y nuestras primeras conclusiones fueron que necesitamos seguir reuniéndonos, y seguir tratando de entender qué es lo que está ocurriendo, y junto con las mujeres explorar otras maneras de ser y estar en los espacios en los que coincidimos. Esto me dejó con incertidumbre, pues no sé qué sigue, pero precisamente por eso me dejó también con la esperanza de que las cosas pueden mejorar, porque nuestra sociedad no es inmutable. 

Sin embargo, también es claro que tendremos que prepararnos para enfrentar las agresiones de quienes no quieren perder sus inmerecidos privilegios, en particular en el ámbito de la política, pero no sólo ahí. Es hora de que escuchemos el grito de las ausentes. 

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Twitter: @albayardo

jl/I