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En situación límite 

Según las crónicas franciscanas, en 1721 Guadalajara fue azotada por una peste mortal que diezmaba hogares. La semana pasada el coronavirus embistió al mundo: 157 países reportan casos, incluyendo el hemisferio occidental… y es sólo el principio. El virus se propagó por la mayor parte de América Latina. 

Al Covid-19 hay que entenderlo rápidamente, aceptarlo y seguir todos los lineamientos posibles para contenerlo. Es preocupante cómo los distintos partidos políticos ridiculizan a su oposición –esté gobernando o no– de exagerar las medidas o propuestas de medidas para su contención. 

En México, los modelos de comportamiento anticipan que la propagación de la enfermedad es inevitable, y según estimaciones, el brote infeccioso general se daría entre el 20 y el 30 de marzo. 

La mejor opción para detener la propagación de este virus es el distanciamiento social, lo que significa un cambio significativo en nuestro estilo de vida, de nuestros usos y costumbres, e incluso de nuestra educación. En muchos sectores sociales es normal que el primer instinto sea negarlo, minimizarlo o ridiculizarlo, como una respuesta de nuestro instinto de conservación. 

Además, las situaciones de confinamiento en cuarentena producen sensaciones que van de la soledad a la incertidumbre, pasando por la ira, la tristeza, el aburrimiento, la angustia o el estrés, entre otros. 

Mediáticamente los mensajes sobre el coronavirus, en los medios de comunicación y en las redes sociales, pueden influir en la conducta de las personas. Los mensajes deberían hacer énfasis en la prevención, en los cuidados a la salud y en el aislamiento, y no sólo el uso de las cifras, ya que pueden variar constantemente y causar desinformación, rumores o pánico. Insistamos en que los mensajes de prevención salvan vidas. 

Tenemos que evitar la sobreinformación. Conectarnos permanentemente en la escucha de noticieros, las 24 horas, aumentará la angustia innecesariamente. 

Los psicólogos sociales señalan la importancia de la atención y escucha a las personas, ya que el miedo es una de las emociones básicas y es una reacción normal ante situaciones desconocidas, amenazantes y potencialmente peligrosas como la que estamos viviendo. 

Nos compete a todos los ciudadanos mostrar actitudes de apoyo y evitar contagiarnos de actitudes catastrofistas. Es muy importante reducir el miedo de los niños explicándoles que las personas que les rodean saben bien cómo cuidarlos y protegerlos. No debemos mentirles. 

Si algún niño diera positivo en la prueba de detección, hay que explicarle detenidamente cómo cuidarse. A los niños y niñas les transmitimos más información a través de nuestros comportamientos y actitudes que a través de las palabras. Debemos mantener la calma y las rutinas habituales posibles. 

Si hay miedo, no tiene que haber odio. Si hay aislamiento, no tiene que haber soledad. Si hay compras de pánico, no tiene que haber egoísmo. Si hay enfermedad física, no tiene que haber enfermedad del espíritu. 

En todo el mundo la gente se está desacelerando y reflexionando, las personas miran a sus vecinos de una manera nueva. La gente está despertando a una nueva realidad, y lo que realmente importa es respetarnos y convivir unos con otros. 

Se trata de un problema colectivo, de responsabilidad de todos y todas, al que debemos hacer frente con actitudes responsables y constructivas. Hoy las asociaciones civiles y sociales, los colectivos, las iglesias, las sinagogas y templos se están preparando para proteger a los desamparados y los enfermos. 

Ésta puede ser una gran oportunidad de solidaridad social y de asumir que el bien personal está acompañado del bien comunitario; es una oportunidad para reconstruir el tejido social, y en un escenario como el que enfrentamos, lo podemos hacer juntos, con ánimo solidario. 

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jl/I