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Gramática de la inconsciencia en tiempos de emergencia

Para el virus de la pandemia las fronteras geográficas del planeta no existen; las atraviesa velozmente. Los muros que empecinadamente colocan presidentes como Donald Trump para impedir el paso de migrantes, el coronavirus demuestra que para su caso resultan inútiles. Las descomunales divisiones que existen entre los privilegios de unas clases sociales con otras, al Covid-19 no le importan, porque contagia a pobres y ricos. Tampoco le importan a la enfermedad las divisiones entre fundamentalismos, religiones y sectas, pues nadie se salva de que pueda enfermarlo y padezca un infierno en la tierra, al margen de si creen mucho, poco o nada en Dios o lo espiritual.

Las diversas fronteras, barreras, divisiones o límites reales o irreales, visibles o invisibles, conscientes o inconscientes, que los seres humanos han creado o construido para insultar, discriminar, estereotipar, atacar a otros seres humanos son ajenos al virus que ha contagiado a más de 600 mil habitantes del planeta y que ha dejado sin vida a más de 30 mil personas. El Covid-19 agarra parejo: no importa la preferencia sexual, el color de la piel, las creencias políticas, el equipo deportivo favorito, si se es patrón o empleado, si se es feminista o macho, si es gobernante o simple ciudadano.

Los cientos de miles de contagios muestran qué tan vulnerable es el ser humano temeroso, agazapado y rabioso, que se esconde detrás de su discurso enfermo. Porque, enfaticemos, antes de que la enfermedad contagiara y enfermara, el ser humano ya estaba enfermo. Azuzado por una ideología individualista, depredadora, competitiva a costa de los otros, criminal en potencia, explotadora de las riquezas naturales, se encuentra con que es un guiñapo inerme al que un virus invisible lo pone contra la pared, lo desarma y rompe todas sus fronteras, incluida la frontera de su cuerpo.

Uno de los muros que empieza a socavar la pandemia, sin que, obviamente, sea su intención, es el de la gramática de la inconsciencia que tiene atrapados a la mayoría de los habitantes del planeta. Con la declaración de emergencia sanitaria en México es fundamental conocerla. Como seres lingüísticos, construidos en el lenguaje, nuestro lenguaje crea barreras que distancian a una persona de otra persona, un grupo de otro grupo, un país de otro país. El llamado giro lingüístico del siglo pasado empezó a subir el negro telón que cubre las mentes de los seres humanos, enjauladas sin ni siquiera percibirlas.

La propagación de la enfermedad muestra cómo una sola persona puede expandir los contagios a otras, que a su vez la disparan de manera exponencial. Demuestra cómo todos dependemos de todos. Si uno se cuida a sí mismo, cuida en sí a sus cercanos y, más allá, al resto del planeta. Lo comunitario adquiere su dimensión. Vamos en grupo. El individualismo asfixiante, ególatra y mezquino tendrá que hacerse a un lado. Cualquier persona depende de otras, que a su vez dependen entre sí. La vida y la muerte no es solo decisión personal; otros influyen. Mi riesgo es tu riesgo, tu riesgo es mi riesgo. Mi peligro es tu peligro, tu peligro es mi peligro. El yo, mi yo, no puede existir solo en ese juego yoico del primero yo, en segundo lugar, yo, y en tercer lugar, yo. El yo no existe solo, existe con la otredad, con el tú. Solo que ahora no es yo soy yo “y” tú eres tú. Esa “y” que separa, que interpone fronteras, delimita a uno de otro, empieza a ser cuestionada. El virus acelera su destrucción.

En otro nivel de consciencia, el yo tenderá a convertirse en igual a tú, y el tú en igual a yo. El yo es igual a tú. Lo que sucede llama a la solidaridad y al humanismo. Las repercusiones de la pandemia cimbran la gramática invisible de la inconsciencia que acaba con todo, incluida la vida.

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jl/I