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Cubrebocas y ciencia

En su conferencia habitual de las 19:00 horas, el lunes pasado, Hugo López-Gatell dio una demostración sobre cómo se toman decisiones políticas basadas en evidencia científica para justificar la determinación del gobierno federal de no hacer obligatorio el uso de cubrebocas.

Hizo hincapié en la importancia del consenso entre los científicos para entender cómo funciona la ciencia y el uso que podemos hacer de ella. Citó un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública en el que se hace una revisión de las investigaciones hasta el momento y se concluye que no hay suficiente evidencia para establecer que el uso masivo de cubrebocas disminuya los contagios en una pandemia.

Un punto medular es la diferencia de la efectividad contra la eficacia. La efectividad se refiere al uso real que le darían los ciudadanos al cubrebocas, quienes no están entrenados para portarlo por largas horas y tener el cuidado que tienen los médicos. En contraste, la eficacia sería el éxito del cubrebocas para prevenir contagios en situaciones ideales, es decir, en donde todos hagan un uso correcto del mismo.

Aunque no hay pruebas concluyentes, según López Gatell, tampoco se ha desaconsejado el uso de cubrebocas. Lo que se previene es que se convierta en una medida sanitaria generalizada, pues podría desencadenar un fenómeno psicológico que el subsecretario nombró como “compensación del riesgo”, que significa que algunas personas pensarán que el uso de mascarilla les da licencia para relajar otras medidas como el aislamiento social o el lavado de manos.

El problema es que, como informa un artículo publicado en la revista Wired, tampoco hay evidencia científica en condiciones reales para determinar que el lavado de manos por 20 segundos sea más efectivo que el que dura 10 segundos en el contexto de una pandemia, por ejemplo. Lo que hay son ensayos en laboratorios que miden la eficacia en condiciones idóneas.

Pero ese punto no lo discutimos porque ahí no hay discordancia. En el desacuerdo es donde la dirección de la política sanitaria se vuelve complicada.

En el juego gobierno federal vs. estatales, el gol va para el primero. Ahora corresponde a los segundos justificar con criterios científicos la obligación de portar cubrebocas.

jl/I