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Cuarenta años sin Alfred Hitchcock

(Trayectoria. El director recorrió tres etapas del cine: mudo, sonoro, pero monocromático, y a color, dejando huella en todas. Foto: Especial)

Hay tres gorditos del cine que tienen una impronta en mi vida: uno me ha decepcionado, sólo vi tres de sus cintas, las otras tres, una tristeza; al segundo, sueño con encontrarlo, apretarle los cachetes y decirle “¡soy tu fan!”. El tercero, me inquieta... amo sus películas... aunque siempre tuvo problemas con mamá: Alfred Hitchcock.

El 29 de abril, hace cuatro décadas, el maestro del suspenso dejaba el plano terrenal. Tras de sí, una larga sombra de varias decenas de películas, el recorrido por tres etapas del cine –mudo, sonoro, pero monocromático, y a color–; una soberbia interpretación del psicoanálisis que haría a Lacan quemar sus seminarios, su impecable blanco y negro en el vestir y sobre todo esto: nos hizo a todos partícipes de su obsesión... todos, absolutamente todos, en algún momento somos voyeristas.... de eso se trata el cine, ¿no?

Creador de toda una mitología que se circunscribe a su sombra, aunque no tan visto, sigue siendo actual... en tiempos de maratones de series cuya diferencia con las novelas rosas vendidas en el supermercado es que lo visual sustituye a la imaginación.

Cada una de sus películas –con sus altibajos de ley– es un asomo a lo más oscuro de la naturaleza humana desde los temas más aparentemente banales.

¿Cuántos no se han asomado a la galería de fotografías en el móvil de otro? ¿Cuántos no han leído mensajes en un momento de descuido del otro? Y con base en esa indiscreción, el sujeto en cuestión crea toda una historia de humo, sólo por el retorcido placer de imaginar tramas turbias en las que el placer estriba en la discusión o el enojo, porque se halla aburrido o requiere atención. Una película del gordito: La ventana indiscreta (1954).

Un fotograma icónico: el personaje de James Stweart –aburrido porque no puede salir de casa, a través de su cámara espía al vecino, poco a poco se obsesiona con lo que ve y elucubra una historia que le roba hasta el sueño– se sabe descubierto y con una mirada entre horrorizada y absurda trata de huir de la ruina que él mismo se provocó. ¿Nos suena un poco conocida esta situación...?

De un carácter electrizante, imponente e insufrible, y amante del alcohol quizá más que de las rubias, tuvo en su plató a las actrices más talentosas y bellas del siglo 20: Ingrid Bergman, Doris Day, Tippi Hedren, Vera Miles, Kim Novak; y algunos de los galanes de su tiempo: Cary Grant, el mismo Stweart (quizá de estos últimos, al no tener su belleza la sustituyó con su abrumador talento).

Para este hijo de vendedores de verduras en su natal Leytonstone, Inglaterra, era más importante el lenguaje visual que los guiones y el diálogo, decía que “cuando se narra una historia en el cine, sólo se debe recurrir al diálogo cuando es imposible contarlo de otra manera”.

Ya en su etapa de color, en Marnie la ladrona (1964), una desquiciante serie de acciones es desencadenada por una gota de tinta roja que cae en la blusa de la protagonista. A partir de aquí, la trama se sustenta en el color y sus significados, lo demás es accesorio.

Esta mancha de tinta es homenajeada en Mindhunter, la serie de David Fincher, el mismo de Seven, que también –creo– homenajea a Hitchcock en el formato de créditos; aunque él no fue el pionero, sino que el inglés fue quien abrió camino con Psicosis (1958).

Con la muerte en los talones (1959) da una muestra de su credo, aquel que rezaba que el terror y el suspenso no deben estar en los lugares cliché, en un pasillo estrecho y mal iluminado ni en la oscuridad, sino inclusive a plena luz del día. ¿Cuántos no han estado al filo del asiento cuando el avión le dispara al protagonista en medio de la nada, a plena luz del día?

La libertad de los pájaros

Colaboró con varios de los mayores artistas del siglo 20, desde Dalí, que trabajó con él en una cinta de corte onírico, hasta Truffault, una de las lumbreras de la Nueva Ola Francesa, director con quien sostiene una histórica entrevista en la que reflexionan sobre el cine y en la cual Hitchcock expone parte de sí.

Este director inglés que nunca ganó un Oscar, pese a estar nominado en más de una ocasión, ofreció a su público primeros planos y juegos de cámara que serían propios de un loco, o de alguien con TOC; con educación católica y escasamente práctico, en ocasiones recurría a la iconografía.

Sus películas transportan a un lugar que pocos admiten y la mayoría niega, si no, véase a Lacan y sus reflexiones sobre La sombra (1943). Una cinta valorada cada vez más con el paso de los años es Los pájaros, que en la película son seres en apariencia inofensivos que de repente atacan sin razón.

Dato curioso, la cinta trata sobre la animalidad, la libertad y cómo la sumisión puede devenir en rebelión... o si no... ¿por qué la protagonista es una mujer que busca su independencia y que en los primeros minutos llega a una tienda donde venden pájaros?

Hitchock tiene un toque que, por lo menos en años venideros, continuará: nos enfrenta a nuestras pasiones, al terror, al suspenso, a nuestra fragilidad ante fuerzas que no entendemos, pero una vez que encendemos la luz o apagamos el televisor, regresamos a lo cotidiano. Pero con una sensación de inquietud, como un sello...

10 de rigor

  • ‘Los pájaros’ (1963)
  • ‘Psicosis’ (1960)
  • ‘Vértigo’ (1958)
  • ‘La ventana indiscreta’ (1954)
  • ‘Extraños en un tren’ (1951)
  • ‘Con la muerte en los talones’ (1959)
  • ‘Marnie, la ladrona’ (1964)
  • ‘Pero… ¿quién mató a Harry?’ (1955)
  • ‘La soga’ (1948)
  • ‘Rebeca, una mujer inolvidable’ (1940)

Alfred Joseph Hitchcock

  • Nació en Leytonstone, Londres, el 13 de agosto de 1899
  • Murió en Bel Air, Los Ángeles, el 29 de abril de 1980
  • Director de cine y productor nacionalizado estadounidense
  • Entre sus premios están dos Globos de Oro, ocho Golden Laurel y cinco reconocimientos a su trayectoria
  • Fue nominado cinco veces al Oscar a Mejor Dirección, pero nunca lo ganó

 

jl/I