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El análisis de la realidad que incomoda

Por la pluralidad y la complejidad del país, la Presidencia y el partido gobernante ya no son las dos piezas fundamentales del sistema político mexicano, sin embargo, la debilidad de los otros poderes y de la oposición actual producen un efecto de disminución de todos los actores sociales y de contrapesos reales. 

Parte esencial de la democracia es la prensa independiente y plural que informa a los ciudadanos de hechos que los políticos no desean que se conozcan. Y en esa medida se genera un freno al abuso del poder y un mecanismo alterno de rendición de cuentas políticas. 

La crítica ha ganado terreno en México desde hace décadas. El actual presidente es beneficiario de esa crítica que fue bastante consistente con el presidente Fox, por su traición a la democracia; también fue muy crítica con la estrategia anticrimen de Calderón; esa prensa incómoda denunció abundantemente la corrupción en el sexenio de Peña Nieto, los 43 de Ayotzinapa, y un largo etcétera. 

Cuestionar al gobierno en los medios, manifestarse en las calles y pedir la renuncia del presidente, que en tiempos de Fox, Calderón y Peña eran legítimos ejercicios democráticos, hoy desde el gobierno se ven como una estrategia desde la cúpula conservadora de golpismo puro. 

El juicio del presidente sobre la calidad del periodismo mexicano es subjetivo, como su visión de que, en año y medio, este país ya cambió y que ya vivimos una cuarta transformación. 

El análisis que se hace de su gobierno no es un tema de liberales o conservadores, sino de la revisión obligada de su papel actual como gobernante y representante del poder. 

Los medios y los periodistas analizan y critican el poder que representa, porque la esencia y la razón de ser de la libertad de prensa es criticar y cuestionar al poder. 

El periodismo que construye democracia es el que ha decidido no hacer la cobertura informativa y el análisis de su gobierno desde la creencia y la fe en un proyecto ideológico de gobierno, sino desde los datos objetivos y de la investigación y la opinión sobre la actuación de la administración pública y los resultados que está generando. 

El presidente tiene el mismo derecho que cualquier otro ciudadano y periodista a expresar y decir lo que piensa y a dar su versión de las cosas, pero no a descalificar y azuzar a la población contra los profesionales del periodismo. 

El presidente tiene una investidura y una tribuna que le da todo el poder y cada palabra suya, cada descalificación y comentario negativo sobre cualquier mexicano, institución o empresa, tiene un efecto muy duro en las instituciones y en las personas. 

Hoy tenemos un contexto de mayor vulnerabilidad a la libertad de expresión. Mucho ha costado a la sociedad abrir espacios para el ejercicio de la libertad, y cerrarlos desde la Presidencia sería un grave retroceso. 

En ese mismo tenor el gobierno decidió acabar con los fideicomisos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, el Fonca, para redirigir sus recursos a un fin superior que consiste en ponerlos al servicio del pueblo y no de los artistas y creadores vendidos y corruptos. 

Puso a todos en el mismo saco, al festejar que se acabó el Fonca salinista, nacido para controlar a los rebeldes y premiar a los compadres. Quedaron en el olvido los artistas que durante tantos años combatieron para crear el Fonca, que lo propiciaron y diseñaron, como Juan Rulfo, Jaime Sabines, José Revueltas, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Octavio Paz. 

Aún después de este sexenio, con la libertad que otorga la Constitución y con la responsabilidad, el rigor y la ética que exige la profesión del periodismo, los intelectuales, artistas y periodistas seguirán narrando lo que sucede en México y en el gobierno. 

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