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Seguir creyendo

Dicen que siempre hay un tuit. En el caso de Hugo López-Gatell, no hubo que hurgar en su pasado digital, sino que fue apenas el lunes cuando subió una foto utilizando un cubrebocas y recomendando su uso como medida auxiliar para contener los contagios por Covid-19. 

Anteriormente, en esta columna consigné la explicación que semanas antes él ofreció para no recomendar su uso masivo, así como los argumentos que emitió basados en la evidencia científica hasta el momento. Pero estamos atravesando una pandemia con el aceleramiento más rápido de la historia, tanto en términos informativos como científicos. Como en Big Brother, las reglas cambian.  

En la conferencia vespertina de ese mismo lunes, López-Gatell explicó por qué hoy sí y por qué antes no recomienda usar el cubrebocas. En primer lugar, dijo que la responsabilidad de frenar los contagios está en los gobiernos, los comercios y las grandes organizaciones, no en las personas. Es decir, lo que se propuso era evitar abusos de autoridad: multas, arrestos, intimidación contra los ciudadanos, etc.  

Sin embargo, puesto que se acerca el fin de la llamada Jornada de Sana Distancia, las condiciones van a cambiar. Es decir, la medida principal ya no será quedarnos en casa; entonces, ya hay margen para implementar otras políticas.  

Después de semanas de sostener la ineficacia del cubrebocas (que no la inefectividad, pues son cosas distintas), lo que preocupa de este tipo de episodios es que resulten en una disminución de la confianza de las personas en la ciencia, abriendo la puerta para que desobedezcan las disposiciones básicas o para que escuchen a aquellos que pregonan teorías conspiratorias.  

Sin embargo, pedirle a la población que deposite su fe ciegamente en cualquier autoridad –sea política o científica, o ambas– siempre ha sido complicado. Sumado a los episodios en los que los gobernantes han defraudado a la ciudadanía, la historia de la ciencia y los científicos está llena de inconsistencias y agendas ocultas. 

Aun así, la ciencia moderna es de lo mejor que tenemos para que esta pandemia no sea como las grandes pestes del pasado. Una dosis de sano escepticismo es deseable en una población crítica. Pero, en gran medida, se necesita que sigamos creyendo. 

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