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Retos políticos en la ciudad 

Los temas para discutir socialmente y tomar decisiones, pasada la pandemia, o mejor desde ya, se van acumulando. Varios de ellos hace tiempo que están entre nosotros, pero no se les ha otorgado la importancia merecida a pesar de su gravedad. Idealmente se ha estado afirmando que esto podría modificarse en tanto que la pandemia, en efecto, haya despertado una nueva subjetividad social propicia al cambio radical. Es decir, a ir al fondo, a la raíz de los problemas. 

El gran tema es la ciudad, la gran conurbación. Las maneras como ésta, de forma incesante, se produce, se construye y deconstruye a diario, del tipo de relaciones sociales que en ella establecemos quienes la habitamos y de nosotros con el entorno natural inmediato. 

Desde hace varios años se ha afirmado que las ciudades, gracias a su crecimiento desmesurado y las formas insustentables como el capital inmobiliario las sigue construyendo en todo el mundo, las ha convertido en fuentes de acumulación y por tanto en grandes fábricas de nocividades. Lo son así porque muchas de las actividades definidas como productivas son en realidad un peligro por la forma, los materiales y los insumos con que se procesan y los desechos que producen. Dos ejemplos: la producción de automóviles y la de refrescos de todas las marcas. Podemos hacer una lista larga de este tipo de productos/mercancías sobre los que resulta relativamente sencillo cuestionar su necesidad social. Y, en cambio, son evidentes los efectos nocivos a la ciudad y los habitantes. 

Como sabemos, las ciudades se caracterizan, además de su masividad, contaminación y capacidad destructiva de sus entornos naturales, por la vulnerabilidad y los constantes riesgos que ello implica, así como por la desigualdad y la pobreza de la mayoría de sus moradores. Todo esto se ha venido agravando desde que el sistema las transformó en grandes negocios, no sólo la producción de la propia ciudad, sino también la producción y distribución de los alimentos, así como de los servicios médicos y los medicamentos. Sin embargo, ni los alimentos ni los servicios médicos y los medicamentos nos ofrecen las seguridades que se suponen deben tener, así como su accesibilidad. 

Así, no tenemos certeza de que los alimentos que consumimos a diario en las ciudades sean sanos y nutritivos y, por otro lado, sucede algo similar con los medicamentos. La industria farmacéutica produce medicamentos que por lo general tienen efectos secundarios y muchas de las veces son sólo paliativos. Y por más que diga el gobierno, no tiene como objetivo domar al capital que hace lo que quiere en estas dos grandes industrias. Todo este complejo de elementos ha dado como resultado que los habitantes de las conurbaciones estemos expuestos a diversos riesgos y afectados en algunos de nuestros órganos y funciones vitales. Sólo el hecho de vivir en la ciudad nos asegura múltiples afectaciones. 

En este escenario nocivo, nuestro sistema inmunológico es uno de los más dañados. Lo estamos comprobando con la pandemia del Covid-19. Con defensas débiles somos más vulnerables a todo tipo de infecciones, cuestión que se agrava por el hacinamiento en que vivimos en las ciudades donde todo es masivo y se vive en constante cercanía e interacción con muchas personas. Vivir en las ciudades dejó de ser hace tiempo sinónimo de salud y buena vida. El reto, entonces, es cómo hacer de esta ciudad un espacio urbano sano, lo cual implica, desde luego, confrontar al capital y al Estado. Vaya reto. 

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