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Lozoya y la libertad

Cuenta el chiste que cuando se estaban haciendo las entrevistas para elegir al director de Pemex de la pasada administración, la pregunta central que se le hizo a Emilio Lozoya fue: ¿cuánto es cinco más cinco?... La respuesta inmediata fue: ocho para usted y dos para mí. Chistes aparte, la experiencia de las reformas estructurales de la administración pasada, así como los ajustes estructurales de las antepasadas y los cambios desde inicios de los 80, muestran la incongruencia entre el discurso económico eficientista y productivista, frente a la práctica económica de la toma de decisiones públicas para satisfacer intereses privados.

En la lógica discursiva dominante, el progreso económico depende del sector privado, pues él arriesga su propio capital, mientras que el estado juega con recursos ajenos mediante los impuestos. Si el empresario toma malas decisiones, quiebra, en tanto que el gobernante no arriesga nada, pues decide e invierte con recursos que no son suyos. Un país obeso, regulador e interviniente en la actividad económica genera ineficiencia, corrupción y pobreza, todo lo contrario, al libre juego de las fuerzas del mercado.

Tal discurso no sólo es rebatible en lo teórico, sino que queda reprobado en el juicio de la historia. Entre 1935 y 1981 el estado participó cada vez más en la economía mexicana y el crecimiento promedio anual del PIB se acercó a 6.5 por ciento anual. Desde entonces, cuando la economía ha sido guiada por los intereses privados, apenas se alcanza 2 por ciento. El empleo tendió a concentrarse en la informalidad, el salario real de derrumbó, las riquezas naturales se dilapidaron, al igual que la sustentabilidad, la concentración de la riqueza ha seguido aumentado, no se generó tecnología propia y nuestro país depende cada vez más de los Estados Unidos.

El Estado puede perder, pero con la liberalización ganaron muchos gobernantes: los contadísimos políticos que han sido exhibidos no son más que la punta del iceberg del juego de intereses privados fácticos al que se ha disfrazado de eficiencia del mercado.

La plutocracia y la retórica económica superficial golearon a la democracia, en detrimento de la historia, la cultura, el medio ambiente y el trabajo de una nación.

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