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La letalidad del virus 

Según mi calendario personal, hoy estamos en el día 131 de la pandemia del Covid-19, lo que significa que llevamos más de cuatro meses viviendo una situación extraordinaria que, se apuesta, nos marcará en más de un sentido. El fin de la pandemia se ha venido aplazando y si bien apenas hace unos días se ha dado la noticia de que es probable que antes de que termine el año habrá ya una vacuna, también se anuncian que tras del Covid-19 vendrán otros virus iguales o más letales. 

Antes de que iniciara esta pandemia sabíamos que la capacidad destructiva del modelo de desarrollo era superior a todos los esfuerzos para prevenir y reducir los desastres. Desde luego, todo esfuerzo será insuficiente siempre que las acciones encaminadas a corregir o restaurar lo destruido pretendan hacerlo sin desmantelar este sistema que daña por esencia, y que ahora está sostenido en un discurso político electoral legitimado del que antes se carecía. Muestra del poder depredador del modelo desarrollista neoliberal y ahora progresista son las múltiples manifestaciones de la crisis ambiental, particularmente el cambio climático. 

Sobre este virus se ha dicho mucho, pero, en general, sigue habiendo una gran ignorancia al respecto, de manera que, a pesar de los avances de las ciencias médicas, hemos terminado haciendo prácticamente lo mismo que desde las primeras pandemias: lavarnos las manos frecuentemente, usar cubrebocas y aislarnos para evitar el contacto con las otras personas. Pero nada de eso es curativo. Sólo sirve, y no del todo, para evitar el contagio. 

Una de las afirmaciones que más se han reiterado es que el Covid-19 es tremendamente peligroso. Y lo ha demostrado con creces. Todos los días se nos ofrecen estadísticas que fríamente documentan la estela de muerte que el virus ha ido dejando a su paso por todo el mundo. Sin embargo, quiero problematizar esta afirmación planteando que, en todo caso, la letalidad del virus no fuera tal si el modelo de desarrollo capitalista, por un lado, no hubiese dañado tanto a la naturaleza y, por tanto, llevado a la mayoría de la población mundial a vivir en ciudades nocivas que, de manera especial debilitan tanto el sistema inmunológico de sus habitantes que los pone a merced de todo tipo de virus que de por si son peligrosos. 

¿El virus es letal? Por supuesto, pero lo sería menos si se encontrara con cuerpos humanos sanos. Y antes que eso, no tendríamos que estarlo enfrentando si no hubiésemos exterminado las especies con las que cohabitaba naturalmente he ido a su entorno a molestarlas y traerlas con nosotros para convertirnos, como dicen los especialistas, en sus nuevos hospederos. 

Así entonces, los efectos del Covid-19 en las ciudades de México y Guadalajara, entre ellas, serían otros si nuestros bosques no hubieran sido arrasados para sembrar casas y abrir vialidades; si estas no estuvieran infestadas de millones de vehículos contaminantes del aire y si los cuerpos de agua no hubieran sido agotados y contaminados tanto por los desechos industriales tóxicos como por los lixiviados que producen los millones de toneladas de basura que se generan diariamente y no se reciclan.  

Así mismo, el escenario del país sería otro si no fuéramos el segundo lugar mundial en obesidad; si nuestros indicadores en enfermedades renales y cardiovasculares no fueran tan graves. Y por supuesto, si nuestro sistema de salud pública no se hubiese desmantelado y convertido tanto los servicios de salud privados como las industrias farmacéuticas en unos de los mejores y más perversos negocios. 

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