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Estrategia sin verdad

La seguridad ha sido uno de los temas más recurrentes de los informes de gobierno de los alcaldes de la ciudad, que presentan la reducción de índices delictivos como un logro de sus administraciones. 

No sólo ellos lo hacen, desde el gobierno federal y el gobierno estatal vienen también esas presunciones. De entrada, es una falacia la presentación de esos datos en la manera que lo hacen. Lo saben y lo explotan lo más que pueden. 

Si bien en el plano económico mucha gente se siente vulnerable como nunca, en materia de seguridad parece haber una reducción de la percepción de inseguridad acompañada de una disminución en los índices delictivos. La gente está más resguardada en sus casas y se expone menos. No hay un confinamiento total como en otros países ni las fuerzas de seguridad han tomado el control de las calles tampoco, pero las propias personas dedicadas a delinquir parecen tener menor margen de acción. 

Y hay mucho enojo en la gente. El linchamiento de la combi que logró difusión en una parte significativa de la población y la aprobación de la gente respecto al trato que se da a la persona que comete el atraco frustrado son muestra de lo poco que está dispuesta a tolerar vejaciones en sus pertenencias. 

Para los funcionarios y gobernantes esa indignación es una veta de mercadotecnia política. Tergiversar las estadísticas es una herramienta para sacar provecho del enojo. Omitir en absoluto la mención de la pandemia en la disminución de índices delictivos es un acto deliberado de manipulación, porque no se pueden comparar las condiciones de marzo a la fecha con ningún otro período del que haya datos disponibles en incidencia delictiva. 

De entrada, los datos oficiales se basan en las carpetas de investigación iniciadas, pero dejan fuera todos los sucesos que la gente dejó de denunciar, ya sea por desconfianza en las instituciones, sentir que es una pérdida de tiempo, por mantener el propio confinamiento o alguna otra razón. Grupos feministas han planteado que incluso las mujeres violentadas tienen menos opciones para denunciar al tener una presencia constante de su agresor en casa. 

A ese coctel sólo hay que añadir el ingrediente secreto, que a los gobernantes les vino gratis y, como algunos presumen, como anillo al dedo: un enemigo común al que se le pueda echar la culpa de todo y que pueda generar una actitud de cohesión, de lucha común. El Covid-19 es una bendición para la mayoría de los gobernantes y las encuestas de opinión dan cuenta de ello. 

Tan sólo la encuesta de Mitofsky da cuenta de un porcentaje de aprobación de más de 50 por ciento para más de una tercera parte de los gobernadores, algo que en otras coyunturas sería imposible. 

El gobernador Enrique Alfaro Ramírez ha explotado esa veta, haciendo uso de distintos artilugios, y ha mantenido un porcentaje de aprobación superior a 50 por ciento desde abril, cuando su calificación había ido en picada hasta tocar fondo en 28.6 por ciento en febrero pasado. 

Cuando se trata de seguridad, el más profundo silencio respecto al efecto Covid-19. Pero cuando se trata de la crisis económica, el discurso oficial sí dice que nos vamos a recuperar, que estamos juntos y lo tenemos bien puesto, que los apoyos para los empresarios y para los trabajadores, para el campo, están destinados a remediar los estragos de la pandemia. 

En el contexto de la emergencia sanitaria ha sido fundamental una estrategia de comunicación de alerta para llevar al pueblo hacia las precauciones necesarias, con mayor o menor éxito, sin caer en el caos. También parte de esa estrategia debería ser la sinceridad sin botín político: la verdad. 

Twitter: @levario_j

jl/I