INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Fiestas patrias: entre la incertidumbre y la tristeza

Al externar una opinión, inevitablemente uno habla desde la subjetividad en donde se encuentran mezclados saberes, emociones, sentimientos, deseos. Y hay temas en los cuales resulta imposible priorizar algunos sobre los otros, las fiestas patrias son uno de ellos. Releo la columna que escribí hace un año y me sorprendo de la profundidad de los cambios que he experimentado en el espacio de un año. De un optimismo casi militante, a una incertidumbre que se encuentra al borde del escepticismo. Es en el ejercicio de la crítica, el único al que le encuentro sentido. 

El 2020 ha sido un año aciago, el embate de una pandemia originada al interior de China vino a trastocar nuestra vida cotidiana, a un grado del que todavía no tenemos certeza de sus consecuencias. Sí, es verdad que el efecto del coronavirus ha tenido un impacto brutal en todas las naciones, afectando sus sistemas políticos y económicos, pero, sobre todo, ha puesto a prueba y se ha ensañado cruelmente con los sistemas de salud. Pero es en nuestra subjetividad, nuestro ser como sujetos, en donde experimentamos en carne propia, en el ámbito de la interacción humana, los efectos perniciosos del coronavirus. 

En contraste con la celebración de las fiestas patrias del año pasado, el ánimo que flota en el ambiente no es de optimismo, sino de tristeza. Resulta difícil convocar a una celebración cuando la cifra de defunciones por Covid-19 supera los 71 mil, rebasando con creces la cifra que el mismo gobierno había reconocido como catastrófica. Consecuencia de lo que ha sido una desastrosa gestión gubernamental en el combate a la pandemia. Al enlutamiento de hogares por el virus se suma el de los homicidios dolosos, que de acuerdo con datos del Sistema Nacional de Seguridad, en 2019 se registraron 35 mil 588. El efecto en la economía ha golpeado a los sectores de menores ingresos, provocando la pérdida de más de un millón de empleos formales y la pauperización creciente de quienes se dedicaban a la economía informal. Si a lo anterior se le añade el clima de crispación y polarización que diversos actores políticos y sociales se encuentran empeñados en llevar a niveles de tensión extrema, uno entiende por qué el ánimo se encuentra ensombrecido. 

Pero la diferencia más drástica se observa en relación con el depositario del Poder Ejecutivo. Hace un año, lo escribimos en la columna, un López Obrador ante un Zócalo atestado por entusiastas seguidores restauraba la dimensión simbólica y patriótica del grito. Ha sido, tal vez, el evento culmen de su Presidencia. 

Este año, en cambio, el presidente tuvo que afrontar con hechos y situaciones muy alejados de su script, pero que constituyen avisos de alerta que López Obrador debiera tener en cuenta. Desde hace tiempo, desde Palacio Nacional se había elegido el 15 de septiembre para llevar a cabo la resolución de dos campañas, a las que personalmente impulsaba en el curso de las conferencias mañaneras: la rifa del avión presidencial y la solicitud ciudadana de una consulta popular para llevar a juicio a los ex presidentes. 

En ambos casos, la respuesta de los ciudadanos quedó muy lejos de sus expectativas. En el caso de la rifa del avión, 30 por ciento de los billetes no se vendieron y en el caso de la consulta popular, a pesar de haberlo anunciado desde hace tiempo, no se pudieron recabar el millón 800 mil firmas que se necesitaban. El objetivo de las campañas no se cumplió. En la rifa no se obtuvieron los fondos extraordinarios que se esperaban, y en la consulta el documento turnado al Senado y a la Suprema Corte de Justicia solamente llevaba la firma del Ejecutivo. Pero la imagen que ilustra la diferencia es la de un mandatario lanzando su arenga ante un Zócalo que por estrictas medidas sanitarias lucía desoladoramente vacío. 

Empero, entre los motivos luminosos que adornaban la plaza, destacaba una frase que apelaba a “la llama de la esperanza”. Me quedo con esa. 

Twitter: @fracegon

jl/I