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Desapariciones, tres caminos para avanzar

En México hay al menos 77 mil 178 personas desaparecidas, según el informe que presentó el miércoles pasado Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos. Esta cifra incluye los casos registrados a partir de 2006, año en que el panista Felipe Calderón asumió la Presidencia de México y emprendió la guerra contra el narcotráfico. 

Antes de esa fecha hubo también desapariciones, vinculadas sobre todo a la represión política que ejercieron los gobiernos priistas contra opositores y guerrilleros en la llamada Guerra Sucia. 

Para darnos una idea de la magnitud del problema actual, podemos recordar que al Estadio Jalisco le caben 55 mil 110 personas. De manera que los desaparecidos llenarían este recinto deportivo una vez y media. Cada día se suman más. 

Encinas reconoció que 2019 ha sido el año con mayor número de registros. Fueron 8 mil 345 personas las que no regresaron a casa. El funcionario informó que durante el primer semestre de 2020 hubo una baja de mil 347 casos respecto del año anterior. 

En esta radiografía de la tragedia, Jalisco ocupa el vergonzoso primer lugar. De acuerdo con los datos de la Secretaría de Gobernación, en los últimos dos años nuestro estado concentra una cuarta parte, 25.82 por ciento, de las desapariciones. 

Más allá de los números, detrás de cada caso hay una historia. Una familia rota por la tragedia. Madres y padres, hermanos que no cesan en la búsqueda de sus seres queridos. Las mujeres que escarban en parajes desolados para desenterrar, con sus propias manos, restos humanos. En cada caso se expresa también la incapacidad de autoridades para atender el problema. Ciertamente, porque se ven rebasadas por la magnitud del problema, pero también por su indolencia y por su falta de preparación. 

Con ello, las familias enfrentan un doble duelo. La desaparición de sus seres queridos y la indiferencia y el desprecio de las autoridades que no dan respuesta adecuada al problema. 

El tema no es fácil de resolver, pero existen caminos que pueden ayudar a avanzar. 

El problema de los desaparecidos no es sólo de las familias, sino también de la autoridad. Ocurre una paradoja. Por un lado, hay miles de personas buscando a sus seres queridos. Por el otro, se acumulan los restos humanos en las morgues y las fosas comunes. Hace falta, entonces, establecer sistemas eficientes para facilitar la identificación de los cuerpos. Técnicamente no es tan difícil. Los poderosos sistemas de bases de datos y de manejo de grandes cantidades de información lo permiten. Pero hace falta, voluntad y presupuesto. Las universidades podrían contribuir a crear estos sistemas. 

Esto no significa dar por muertos a todos los desaparecidos. Se parte del principio de que hay que encontrarlos con vida, pero es un hecho que ahí están los cuerpos. 

El otro tema es el de las leyes. En Jalisco están en proceso normas relacionadas con las desapariciones. A los diputados les ha faltado sensibilidad para atender a los colectivos y a las víctimas. Estamos a tiempo de generar un marco jurídico que responda de mejor manera a esta triste realidad. Un diálogo entre legisladores y miembros de la sociedad civil que ponga en el centro de la discusión el problema y no las posturas; la buena voluntad antes de los prejuicios mutuos, puede ayudar a desatorar el tema. 

Finalmente, está el problema de fondo. ¿Por qué hay desaparecidos? Desaparecer a una persona no es fácil, cuesta dinero y tiene riesgos. ¿Qué beneficio obtienen con ello quienes cometen este delito? Mientras no se atienda el problema de origen, lo demás serán medidas paliativas a un problema que continuará. 

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jl/I