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Una caja de cristal, ¿abierta o cerrada?

Quienes han visitado los museos están familiarizados con el uso de recipientes en forma de cajas de cristal que permiten contemplar los objetos que se guardan en ellos desde varios ángulos distintos, pero que impiden que sean tocados. Este es el caso, por ejemplo, del Museo del Premio Nacional de la Cerámica que se encuentra en la cabecera municipal de Tlaquepaque. Los objetos ahí exhibidos son tan hermosos, pero a la vez tan delicados, que es preciso evitar que sean tocados para que no vayan a sufrir un daño, muy probablemente irreparable. En casos como ese, se justifica que no haya más posibilidad que observar sin intervenir, pues las consecuencias de hacerlo pueden resultar desastrosas. 

Hay otros casos en los que el uso de cajas de cristal tiene fines meramente estéticos, como los trasteros usados para exhibir vajillas en las casas particulares, que permiten utilizarlas de manera más o menos cotidiana, aunque en realidad lo que se quiere es ostentar su posesión, por lo que usualmente permanecen cerradas, salvo contadas ocasiones que ameritan abrirlas y hacer uso de los enseres ahí resguardados. 

Un tercer caso es el de las cajas de laboratorio, que permiten la observación de los procesos que ocurren en su interior, al mismo tiempo contienen aperturas que permiten la intervención directa en los procesos, generalmente mediante el uso de guantes protectores, que sirven para evitar la contaminación en ambos sentidos, la del proceso y la de quien lo intervino. Este tipo de cajas le permiten a quien observa introducir elementos que aceleren algunos procesos, o por el contrario, retirar otros que podrían hacer que el proceso se salga de control y se vuelva peligroso. De este tipo son también las incubadoras. 

En el caso del de la política, considero que en nuestro país y nuestro estado coexisten actualmente los tres paradigmas. Por un lado, están quienes consideran que los resultados de la política son su obra de arte, y por eso nadie tiene derecho a tocarlos. Estas personas, imbuidas de los modos autoritarios de gestionar los asuntos públicos, quisieran reservar para su propio y exclusivo disfrute sus frutos, pero la presión ciudadana les ha obligado a transparentar todo, pese a lo cual se esfuerzan por evitar que alguien los toque, porque piensan que se pueden echar a perder. 

En el segundo caso, tenemos a las personas más pragmáticas, que asumen que lo importante es presumir logros, del tipo que sean, aunque en la práctica sean inutilizables. Ahí encontraremos a quienes recalcan sus primeros lugares en tales o cuales métricas que les favorecen, aunque sigan reservando el disfrute de sus resultados para sí mismas y para quienes gocen de su simpatía. 

Finalmente, en el tercer caso encontramos a quienes reconocen que la política, sus procesos y resultados, son un asunto público, y que se debe contar con espacios para que haya una interacción entre el interior y el exterior, que aunque respete el espacio que le corresponde a cada quien, aún así permita que la ciudadanía intervenga en la política, y aporte los recursos a su disposición en la construcción de alternativas de solución que ofrezcan los mejores resultados, especialmente para quienes históricamente han sido excluidos de sus beneficios. De esto se trata la construcción de ejercicios de gobierno abierto, parlamento abierto, justicia abierta, cabildo abierto y demás. Así que cualquier opción que le asigne a la ciudadanía el papel de espectadora en lo referente a los procesos políticos posteriores a las elecciones busca apropiarse indebidamente de lo público, y minar nuestra democracia.  

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Twitter: @albayardo

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