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La sinrazón del sistema

Miguel Amorós, en el prólogo que hace al libro El abismo se repuebla de Jaime Semprun, afirma que “la sinrazón ha llegado a su punto más alto”. Estando de acuerdo, a ello podemos agregar que en la etapa actual del capitalismo eso significa la insensibilidad extrema, la naturalización y/o normalización de la muerte, la perdida de sentido por el valor de la vida. Valor central en otros momentos de la historia de la humanidad. 

Antes de la pandemia no nos sensibilizaba el saber de los cientos de miles de muertos por las balas cruzadas entre delincuentes y fuerzas del orden público, muchas veces sin saber a ciencia cierta quién era quién; tampoco los cientos de miles de personas que han sido desaparecidas (una entre tantas es el caso de Erika Berenice Cueto Vázquez, desaparecida en Puerto Vallarta el 13 de noviembre de 2014); las decenas de fosas clandestinas con restos humanos encontradas por los familiares por todo el territorio nacional; las personas colgadas de puentes peatonales, las cabezas humanas rodando en cualquier calle de la ciudad o los cuerpos destrozados empaquetados en bolsas negras de plástico. El Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses quejándose de saturación e incapacidad para contener tantos cuerpos en condiciones de dignidad e identificarlos correctamente. 

Por si fuera poco lo anterior, la pandemia ha sumado otros datos igual de apabullantes y también impactan en sentido negativo a la sensibilidad social. Cada día se nos “informa” puntualmente del número de fallecidos y contagiados por Covid-19. Se ha hecho de tal manera que forma parte de la “nueva normalidad” el saber que hasta el día de hoy en México nos acercamos a los 100 mil muertos y al millón de contagiados y que en Jalisco pronto alcanzaremos los 4 mil 500 fallecidos y los 100 mil contagiados por este virus. Por supuesto estos son los datos oficiales. Pero, como sabemos, la realidad, siempre nos desborda. 

Es tanta la cantidad de muertos en México y el mundo que provocan las nocividades de este sistema que se nos vuelve a olvidar que cada número o dato frío de la estadística de la muerte se refiere a una persona que tuvo una historia, una trayectoria; que perteneció a una familia; que era hija o hijo, padre o madre. Que en algún momento de su vida sonrío, que fue feliz pero que, infortunadamente, a la vuelta de cualquier esquina quedo atrapada/atrapado por la capacidad destructiva del sistema. 

Los familiares en búsqueda de los desaparecidos comunes y los dolientes de los fallecidos por las diversas causas así se lo repiten a diario a los gobernantes, pero estos, junto con los dueños del poder económico, impávidos, cubiertos de una gruesa capa de insensibilidad por la vida de los otros no se inmutan. Siguen estando seguros de que lo más importante es proteger la economía asumiendo que muchos más tendrán que morir porque así es este mundo y no tenemos más que adaptarnos a la nueva normalidad. Sobrevivirán los que tengan la fortaleza y puedan resistir hasta que llegue la vacuna. 

En la cúspide de la sinrazón capitalista tantas muertes y la posibilidad de muchas más no está llevando a la clase del poder a cuestionarse sobre el sentido de mantener tal sistema que si produce muchas ganancias, pero lo hace destruyendo y matando. Si la defensa de la vida fuera el centro del hacer gubernamental y del poder económico las prioridades de los planes de desarrollo fueran otras. 

Evidentemente no es así y no lo será. Por tanto, el conflicto social, las rupturas, las confrontaciones fundamentales están protagonizándose entre los que destruyen la vida y los que la defienden. 

jl/I