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¿Censura a Trump?

En un hecho inédito, algunas de las cadenas de televisión más importantes de Estados Unidos interrumpieron el mensaje del presidente de ese país. El jueves pasado, desde la Casa Blanca y mientras el conteo de votos aún continuaba, Donald Trump afirmó que los demócratas intentaban robarle las elecciones, que él ganaría “fácilmente” la contienda si se contaran los “votos legales”, y que había “votos ilegales”. No presentó ninguna prueba. 

Las cadenas NBC, ABC y CBS decidieron entonces cortar la transmisión. Consideraron que Donald Trump lanzaba afirmaciones falsas, además de que el presidente no aceptaría ninguna pregunta de los periodistas. Las televisoras juzgaron que con estas declaraciones el candidato republicano dañaba el proceso electoral. 

La decisión generó un interesante debate. De un lado, están quienes consideran que el presidente de Estados Unidos fue censurado y que, con ello, los medios de comunicación atentaron contra el derecho del pueblo a estar bien informado y contra la libertad de expresión del mandatario. 

En contraparte, otros opinan que los medios de comunicación no deben difundir información falsa y menos cuando sus efectos pueden ser nocivos para la sociedad. En este caso, el intento de Trump de descarrillar el proceso electoral. 

El primer compromiso del periodismo es con la verdad. Difundir información de interés público, veraz y oportuna es su razón de ser. 

El caso que nos ocupa, parte de la cuestión en lo que yo he llamado el problema entre “la verdad del hecho y la verdad del dicho”. Es verdad que Trump dijo, eso, pero, hasta donde se sabe, es falso lo que afirmó. Es un problema común. Con frecuencia, las autoridades mienten. ¿Debe el periodista reproducir información que sabe que no es verdadera? 

En una sociedad que pretende ser democrática, los periodistas no están obligados tampoco a reproducir completos los discursos de nadie. Parte de su función es seleccionar, procesar y jerarquizar la información que presentan en función del interés público. Reproducir acríticamente el discurso de uno u otro actor político convierte a los medios en propagandistas. 

Por otra parte, ningún valor es absoluto. El que la verdad sea el primer compromiso del periodista no significa que siempre tenga que publicarla, porque esa verdad está en correlación con otros valores. Por ejemplo, el de la responsabilidad. Un buen periodista no publicaría, aunque sea verdad, el nombre de una niña víctima de abuso sexual, ni alertaría de una operación policial para liberar a un secuestrado, por mencionar dos casos. 

Sin embargo, hay que considerar los otros aspectos. La información que publica un periodista debe ayudar a las personas a conocer lo que ocurre en su entorno para entenderlo mejor, tomar postura frente a eso y, en ocasiones, a tomar también decisiones. 

¿Era relevante el discurso de Trump? Por supuesto que sí. Lo que diga y lo que haga uno de los hombres más poderosos del mundo es relevante, justamente por las consecuencias que puede traer. Los ciudadanos de Estados Unidos tenían el derecho a conocer esa información. Pero también tenían el derecho a conocer sus incongruencias. Es tarea del periodista hacer este trabajo. 

Otra de las obligaciones del periodista es dar voz a las partes en un conflicto, presentar las diferentes posturas en torno a un tema. La prensa debe ser un ágora en que se discuten los asuntos públicos. La voz de Trump tenía que estar. 

¿Qué hacer entonces? El asunto no es presentar o no la información, sino de qué manera. Lo ideal hubiera sido publicar lo antes posible, minutos después, una nota elaborada con los elementos centrales del discurso que hiciera notar sus inconsistencias y falsedades. Pero eso, resulta impensable ahora donde la inmediatez se ha convertido en el valor supremo del periodismo. 

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