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Desconectar a Trump, ¿censura o responsabilidad?

Hace ya más de cuatro años que el Diccionario de Oxford designó “post-truth” (posverdad) la palabra del año, definiéndola como: circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y la creencia personal. 

Los discursos políticos siempre han tenido fama de darle la vuelta a la verdad con estrategias sutiles como enredar, evadir o pivotear; pero en 2016, tras las campañas del Brexit y de Donald Trump, se llevó el discurso político a tal nivel de descaro en el uso de declaraciones falsas y con tanto éxito en el impacto en la opinión pública, que tuvo que inventarse una palabra nueva para describir el fenómeno. 

La democracia se encontró con su talón de Aquiles: la combinación de grupos suficientemente grandes de personas enojadas con su realidad y poco educadas en su capacidad crítica, con políticos sin escrúpulos que les dicen lo que quieren escuchar, aunque sea falso, con tal de ganar poder y utilizarlo para su agenda personal. 

Para ser justos, no es la primera vez en la historia que las democracias se encuentran frente a esa debilidad, ya lo han conseguido múltiples dictaduras a lo largo del último siglo, pero es notorio que ocurriera en democracias tan maduras y en una era en la que la gente tiene acceso a tanta abundancia de información. 

Durante los cuatro años de la presidencia de Trump surgió un acalorado debate respecto a si los medios de comunicación, tradicionales como la televisión y nuevos como las redes sociales, deberían tomar o no alguna medida para evitar la difusión de declaraciones evidentemente falsas. 

No es una pregunta que tenga una respuesta sencilla porque confronta dos aspectos fundamentales de la vocación de un medio de comunicación: transmitir la realidad como es y ayudar al público a encontrar la verdad. Por un lado, deben transmitir las palabras textuales de un presidente y, por otro, deben ayudar al público a contrastar lo que se dice con hechos para discernir dónde está la verdad. 

En los medios tradicionales los periodistas intentaron hacer “fact checking” (verificación de hechos) al ritmo vertiginoso que aparecían las mentiras en los discursos de Trump y en los medios nuevos, las redes sociales, intentaron modificar sus algoritmos para impedir la propagación de noticias falsas. La realidad es que todo esfuerzo fue insuficiente. ¿Cómo encontrar un altavoz para difundir la verdad que fuera equivalente en impacto al del presidente de Estados Unidos? 

Tras reconocerse la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Trump ha intentado a toda costa posicionar la falsedad de que hubo fraude en el proceso, y los medios han reaccionado a la altura del momento histórico: ABC, CBS y NBC cortaron la transmisión del discurso de Donald Trump desde la Casa Blanca la semana pasada; Twitter ha puesto leyendas junto a los tuits del todavía presidente avisando que las alegaciones de fraude son cuestionables; e incluso Fox News, el medio más pro-Trump, interrumpió el lunes el discurso de la secretaria de prensa Kayleigh McEnany cuando empezó a reproducir las mismas acusaciones de su jefe. 

Nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, llamó el lunes actos de censura a estas decisiones de los medios de comunicación estadounidenses. Con esto implica que un medio de comunicación nunca debe interrumpir el discurso del líder de una nación, aunque éste sea demostrablemente falso. 

Esto lleva a la pregunta, ¿qué pesa más en las atribuciones de un presidente: el acceso ilimitado a los altavoces de la nación para decir lo que le venga en gana o la responsabilidad de decirle siempre la verdad a aquellos que representa? Más aún cuando lo que dice puede tener impactos profundos en la paz y la cohesión de la sociedad que gobierna. 

Ante la irresponsabilidad de un gobernante por mentir y polarizar, ¿qué puede hacer el cuarto poder para contribuir a su vocación de informar con la verdad? No puede incrementar la capacidad crítica del auditorio porque eso corresponde al sistema educativo, pero sí puede limitar la exposición a la mentira y seguir incansable su misión de contrastar los dichos con los hechos. 

Twitter: @ortegarance

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