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¿Quién es John Galt?

Y hablo en serio. 

Ayn Rand 

 

En la mitología griega, Atlas fue condenado por Zeus -el motivo de su castigo es incierto- a sostener el mundo, separándolo del cielo con sus manos y hombros, para toda la eternidad. La imagen con la que la mayoría de los mexicanos nos hemos familiarizado es la del Atlas sosteniendo al mundo, en la tradicional carta de lotería que algunas familias mexicanas siguen jugando, y que funciona como factor de convivencia. 

En 1957, la filósofa y novelista nacida en San Petersburgo (1905), Alisa Zinóvievna Rosenbaum, mejor conocida como Ayn Rand, publicó su voluminosa novela, Atlas Shrugged (La rebelión de Atlas), que le tomó más de diez años en escribir. El verbo shrugg traduce como “encogerse de hombros”, como cuando se desdeña algo con indiferencia, o no se da importancia a los hechos o la acción. El título original era La huelga, que al final cambió a sugerencia del marido de Rand. La novela terminaría siendo su opus magnum de la narrativa y a partir de entonces se concentró en escribir ensayos filosóficos (al que nombró objetivismo). 

Debo confesar que me tomó más de seis meses leer las más de mil páginas de la edición de bolsillo, con una letra minúscula (con el peligro de haber debilitado alguna que otra dioptría). El tema de la novela se centra en la capacidad creadora de algunos individuos en la sociedad, quienes sostienen la industria del país. La trama es sencilla: el Estado intenta controlar y decidir qué es lo mejor para el bien común, a expensas de las acciones individuales de las grandes mentes que han sobresalido en sus diferentes campos de especialización. Estos últimos, liderados por John Galt (personaje principal), ante los embates del jefe de Estado (Mr. Thompson), un político ambicioso y práctico, que encabeza a los que Rand llama los “saqueadores”. 

La obra es una defensa a ultranza de la libertad, el capitalismo laissez faire y el individualismo. Rand argumenta que la creatividad florece ahí donde el Estado no interviene ni regula; que las mentes innovadoras sostienen la economía de un país, sin el parasitar del aparato estatal. En la novela, ante los embates estatales, las mentes creadoras deciden sustraerse a una comuna autosustentable, en lugar de enfrentar al Estado opresor. 

Con la obligada proporción guardada, mientras leía la novela no podía dejar de pensar en las condiciones similares que vive nuestro país. Con la obstinación del poder político de tomar decisiones en aras del “bien común”; de menospreciar a las personas que, a lo largo de la historia de México, han contribuido a cimentar una industria nacional vigorosa. Si bien en el proceso se ha fomentado la corrupción en algunos casos, corresponde al Estado combatirla sin tregua, pero no desmantelarla. 

Si como en la novela, en los cargos públicos se nombra a funcionarios de dudosa capacidad profesional (la honestidad y la “lealtad ciega” son suficientes) y se decide la construcción de obras fatuas e incongruentes, la estabilidad económica y política se verá seriamente comprometida. Tomar decisiones basadas en la popularidad, el capricho o la obstinación tendrá, a la larga, consecuencias funestas para el futuro del país. 

La democracia se sustenta en dos pilares vitales: la libertad y la igualdad. Entre ambas existe una tensión dinámica como principio generador de todo cambio social. Con sus acciones y decisiones, al poder político le corresponde mantenerlas en un equilibrio cuidadoso e incierto. Esto determinará, en parte, la calidad democrática y la estabilidad política de una nación.  

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jl/I